ADOCTRINAR (XVI)
Dejamos -sin despedirnos- la partida anterior en un cierto ápice alcanzado por una -y no a la- fuerza atractiva y ascendente. I ello a causa de esa especie de contrapeso que es el escepticismo. Custodio, en su corazón, de cuestiones que llevan a: o bien a su propia corriente o bien al nado en su contra a fin y efecto de hacer pie, de alguna manera, en algún lugar para no andar con lo ajeno. Enajenado, quiero decir.
Sobre
un filo delicado, se aposenta ahora nuestra sala -recordémosla:
corazón y pensamiento- de juegos.
He
aquí el filo por el que nos movemos. Sus hojas tienen forma de dos preguntas que inciden para el corte discriminativo (criterio):
¿Qué
no será, para nuestro mantenimiento, adoctrinamiento en esa
imposible libertad sin límites humanamente inexistente? y ¿Qué no
será en descomposición si sin límite alguno, especialmente la misma descomposición de la libertad de nuestro querer ser? El filo es esta especie de aporía; y
el juego, el meollo de nuestro juego, consiste en mirar de salvarla,
de deshacer su nudo.
Recordemos
esta jugada pasada, la referida a las consideraciones del término
inculcar: Inculcar, recorriendo por propio pie todas sus acepciones, es invadir nuestra capacidad. Hacernos, en su máxima potencia, incapacitados para nuestro sentir propio y singular e inmediato o latente,
insustituible e irreemplazable e intransferible. Incapacidad que da
al traste con toda posible posibilidad, también la de formarnos
libremente convicciones propias; y, claro, así mismo comunes en menor o mayor medida a muchos (si a muchos, en mayor medida; si a pocos, en poca medida). No
importa qué sea aquello que se nos inculque, ni la aparente noble
intención con que se no imbuya, siempre se trata de la invasión
de nuestro núcleo más íntimo, aquél, siempre dinámico, en el
cual no cesamos, mientras vivimos, de generar o generarnos e incluso, si lo
sentimos como necesario y si acontecida tal necesidad, de
regenerarnos de píes a cabeza pasando por dentro; ya digo, si ello fuera menester (que bien pudiera no
serlo). (Nota: No uso la palabra regenerar en sentido de alguna
determinada moral pasada o vigente). Hicimos de aquel somero
análisis del termino inculcar, la siguiente síntesis: Equiparamos inculcar a
adoctrinar, no menos que adoctrinar a inculcar.
¿Qué
distingue adoctrinar de no adoctrinar? Esta es la pregunta desde el
ápice de nuestro juego hasta ahora alcanzado.
En
un llamado atento a las posibilidades particular y singularmente
propias y propiamente constructivas de cada cual, lo cual significa
hacerse uno mismo a base de, y con, esa singular atención a sí
mismo debida y prestada , ...esa atención no puede consistir ni
derivar ni proceder de adoctrinamiento alguno. Aquella, aquella pertinente
atención y aquel pertinente llamado a tal atención, no es posible
lograrlas por inculcación. Cualquier contenido a ser aprehendido ha
de poder ser acompañado, en su transmisión, por la reserva al libre
aprendizaje en atención al desarrollo propio que cada cual de manera
insustituible ha de poder realizar desde su interioridad y por sí
mismo. Nada ni nadie tiene derecho a invadir esta zona de
independencia en la que cada cual puede irse constituyendo. Un empuje
o una leve insinuación o una atractiva seducción que desvíe o
distraiga tal atención es adoctrinar.
Adoctrinar es provocar,
incitar a lo realmente imposible (creo recordar que María Zambrano
veía en pretender lo realmente imposible a lo realmente idolátrico (¿fanático?),
así como Ernst Blonch veía en lo realmente posible e inédito, en
lo jamás anteriormente existido el principio y alcance de toda
esperanza): Pretender algún absoluto, la libertad ilimitada o
pretender ser y sentirse beneficioso (estar y sentirse básicamente
bien) a base de un repertorio, de un relleno de consignas, prejuicios, instrucciones o de cualquier vigencia en curso del todo impensada,
averiguada, por mi como nutriente o desechable para mi persona; para
lo conveniente a mí, que no distará mucho de serlo a otros. Sin esta discriminación (criterio) junto con cualquier relleno de aquella ralea de estereotipos hiede a verbo adoctrinar.
Cuanto más amplio pueda resultar ser lo conveniente -lo máximo sería el entendimiento (saber del) al otro, al y a lo distinto- tanto mayor grado de incidencia y desarrollo de libertad habrá tenido lugar, me parece a mi.
Cuanto más amplio pueda resultar ser lo conveniente -lo máximo sería el entendimiento (saber del) al otro, al y a lo distinto- tanto mayor grado de incidencia y desarrollo de libertad habrá tenido lugar, me parece a mi.
Hemos
dado con el íntimo núcleo, que yo pienso que es el de cada cual:
Ese ámbito de nuestra capacidad (límite-libertad) que el
adoctrinamiento, el que hemos fugazmente bosquejado más arriba, hace
trizas, pulveriza en sus pretensiones, sutiles inconscientes o
abruptas devastadoras trágicas o tremendas, totalitarias. Ahí, en
nuestro irrepetible, singular, núcleo propio localizamos el obrador
en el que podemos formarnos, convicciones y ese demás (nunca de más) llamado uno mismo.
Hemos
dado con la residencia de nuestra dignidad, residencia a su vez hecha
de tal sutilísima materia prima dispuesta a todo formarse: La humana libertad; por cierto que
tan, mundialmente, malograda y tan pobremente -en contraste brutal
con otras riquezas- alcanzada. Dignidad indisoluble de la libertad, si obradora de lo mejor de lo humano.
Considero
concluida la partida respecto a mi amigo J.
Queda continuarla con P,
que considera la tremenda manipulación a la que estamos sometidos y sujetos.
Comentaris
Publica un comentari a l'entrada