CIERTA INQUIETUD (3)

 Atardeceres en la Zarza de Pumareda (Salamanca)

Otra libertad que me tomo en esta serie de comentarios es el uso que hago del adjetivo inmaterial al cambiarlo de categoría gramatical. Lo hago sustantivo, y a más a más me lo imagino como término de un concepto: el nombre de, aquí,  dos categorías que han de abarcar, por un lado, a cualquier determinante que me haga imposible, temporal o definitivamente, la práctica y desarrollo de mí libertad; y por el otro lado, ha de acoger a cuanto, propio y ajeno, pueda contribuir a la propia y personal libertad  y desarrollo, y a la vez,  y por tanto, referido, de manera negativa, también a cualquier circunstancia, situación o persona que pueda o pretenda (mediante anulación) hacer por mi lo que únicamente yo pueda hacer por mí y para mí (creo en la obviedad de la insustituíbilidad de cada ser humano, nunca sustituíble por algo no humano o humano pretencioso, que resultará en ser inhumano si tal afán sustitutorio, querido por uno o por algo o alguien ajeno, es el forcejeo).

Dos categorías pues de la inmaterialidad que hago mías de manera especial en una única término de aleación): una especial aleación de dos clases de inmateriales que parecen abundar a lo largo de una vida; distintos, antagónicos y a la vez complementarios que me constituyen en humano. De manera que algunos determinantes que pudieran impedir mi libertad de desarrollo humano y de acción creativa puede que más bien contribuyan, gracias precisamente a su antagonismo, a mi libertad.

Hay una preciosa imagen de I. Kant en la que la ave que tiene su mayor resistencia en el aire y el viento, éstos son precisamente la condición sin la cual su vuelo no sería posible.

Así que soy y voy siendo en y entre posibilidades también en y entre imposibilidades, que pueden ser condición de mi libertad, la que favorece lo más posible mi desarrollo a la vez que ese desarrollo así favorecido ha de favorecer mi libertad en un ir y venir recursivo.