TRAS LAS OPACIDADES (2)




La crítica de la religión termina... con el imperativo categórico de echar abajo todas las relaciones humanas, en las que el hombre es un ser humillado, un ser esclavizado, un ser abandonado, un ser despreciable (K. Marx citado por Ernst Bloch en El principio esperanza, primer tomo). 

COMENTARIO QUE SIGUE AL ANTERIOR

Andaba yo comentando lo que consta arriba otra vez. Sigo por el camino de mis ocurrencias por las que antes son estas que los caminos ya establecidos (o al menos así lo quiero). Así pues hago camino al andar por mis ocurrencias. Tipo de pasadizo este camino  que voy practicando similar a aquellos abiertos en la selva, que una vez transitados vuelven a cerrarse, cubiertos prontamente por la desbordante vegetación. Algunas referencias y un relativo y más bien laxo sentido de la orientación permitirán idas y venidas por el mismo lugar (siempre abriéndose paso uno mismo) si éste ha conducido a espacios donde nutrir la compleja integridad que me constituye; nutrientes hallados para el mejor desarrollo de lo concertante en detrimento de lo desconcertante de mi. Las referencias son aquí unas palabras y la laxa y relativa orientación las ideas que me subyacen y que, me parece, que la cita sintonizan. O, tal vez mejor, entre la cita y yo resuena una mutua sintonía
ía a la que habrá que poner el concierto, algo desconcertante, de mis palabras.
                                                          ......................
Los grilletes, las ataduras de nuestro ser, de maneras de ser nuestras: humillación, esclavitud, abandono y despreció de sí. ¿Venidas abajo?  ¿Aún nuestra? ¿Siempre nuestras? ¿Desesperadamente nuestras? ¿Deseadamente nuestras, donde nuestras significa, en cada pregunta, humanidad?

En la medida que la religión ha justificado, fomentado e incloso glorificado tales substantivas relaciones humanas, no ha hecho otra cosa que dañar y eso ha sido por no reconocerla como de nuestra propia autoría y de atribuirla, en sustitución, una autoría completamente desconectada, ajena de la nuestra (alienada) con la remisión también de todas nuestras posibilidades armonizantes a un sólo termino endiosado, llamado dios o, más laico, divinidad. No hemos hecho otra cosa, ahí férreamente descolocados, que sernos, con la enorme coartada de la religión, sustanciosamente dañinos.

Sin embargo, reflejo de nuestras proyecciones irreconocibles como tales, la religión también lo ha sido de nuestros más nobles deseos de toda otra gama de relaciones que buscan acordes, aunque a veces disonantes, con nuestros íntimos deseos y aspiraciones de ser humanamente felices. Sólo que, nuevamente,  tales anhelos los hemos creído más bien atizados, al margen de nosotros mismos, por inalcanzables superioridades ostentadoras de todo poder, aún del más arbitrario.

La crítica a la religión representa la posibilidad de ampliar el conocimiento humano; no desgajado de nosotros, no desparramado en un exceso de irracionalidad. En el bien entendido que en una cierta medida la irracionalidad nos constituye y en ella podemos también hallar cierto juego para nuestra creatividad.

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