O EL DAÑO O EL ATAJO



De haberlo, haylo. Al daño me refiero. Y cuanto de él hay, no todo lo es por accidente o por error, humano, como no puede ser de otra manera. Puede que nos dañemos, a conciencia o sin ella (dándonos o no cuenta); que no se sabe que es peor. Preferimos, respecto al daño, su anonimato, su sin autoría, y así acertamos no pocas veces reconociéndolo en su aspecto tan solo accidental. 
Sin embargo considere yo las veces en que tales aciertos no lo son; es decir cunado el daño o su evitación tiene o puede tener no otra autoría, oculta o manifiesta, que la humana; ni anónima, ni ajena, ni divina, ni por naturaleza. Aquí, en tal gama de posibles considerandos sin "escaqueos", imaginables y no, cuando se logra algún vencimiento, paliativo o reparación de algún daño los vítores, reconocimientos, personales o públicos no son pocos.
Ascienda yo a lo concreto. Pongamos por caso a los accidentes de tráfico; a las campañas -que por lo visto y oído nunca han de apelar a la inteligencia- que pretenden reducirlos; y a los autoaplausos gubernamentales  y reconocimientos personales  dedicados al descenso de la mortalidad, y por tanto éxito, debido a tales campañas. Cada cual podría poner sus ejemplos, generales o particulares. Otro. Aquel amigo que en su trabajo, bajo la presión persistente en muchos años y incrementándose día a día alcanza, involuntario, un ataque de corazón; que salvado in extremis por un excelente equipo de médicos puede salvar su pellejo, es decir lo que del pobre amigo nos queda.
Reconozcamos lo obvio aunque no esté de lo mejor visto y corresponda a la nada vistosa valentía personal : que en no pocos casos infinitamente mejor sería, tengo la impresión, coger el atajo. El atajo del propio cuidado de sí, en defensa del aprovechamiento ajeno dígase destino o congénere que buscan usar a otros como simples instrumentos a su servicio; que puede ser muy ajeno al propio.


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