ARMÓNICOS DE UN CONCEPTO (16)



Habíamos escuchado, y afinado, para los Derechos Humanos dos palabras: Lucha y poder. Lucha social para un mejor, más justo y dinámicamente equilibrado reparto del poder. Poder no restringido y potenciado en ninguno de los ámbitos humanos donde éste se suele ejercitar y sobre todo ejercer; no, mejor aún y mayormente: imponer. Lucha a favor no tanto del beneficio dineral en cualquiera de sus formas sino que de aquello percibido, sentido, pensado, compartido y posible de ser incrementado al margen de los templos de los librecambistas, de aquello que hemos reconocido como dignidad: el ser y sentirnos valiosos porque sí, ni más ni menos que por ser humanas o humanos. 



Y lucha, así mismo y por causa de absorción y dejadez de poder si las hubiera, y ciertamente que las hay (dejadez por nuestra parte, absorción económico-política por otra parte); lucha contra el Estado, garante que ha de ser de todo -no unos sí y otros no- derecho humano. Si y solamente si y tan solo, ni más ni menos, esta lucha, en la medida que aquél vulnere o viole, no respete, no fomente o promueva, no proteja, no desarrolle su efectivo y amplio cumplimiento; todo ello referido, claro está, a los Derechos Humanos. Tu y yo de ninguna manera podemos violarlos; tan solo los estados, más concretamente los gobiernos, pueden: o violarlos o fomentarlos. Nosotros podemos, y así no lo queramos o no nos veamos impelidos a ello, delinquir en una u otra manera que ello, desgraciadamente, es posible. Pero violar un derecho humano, eso no podemos; es prerrogativa de quienes tienen el poder de cuidarlos, atender, reforzar e incrementar las condiciones que los hagan efectivos; contribuir, poderosamente, que progresiva e incrementalmente no nos sean impedidos; de promoverlos y divulgarlos a gran, la suya, escala*. Francamente, tu y yo, nosotros, con tanto no podemos. Nuestro poder a los gobernantes cedido, sí, en mucha medida, si así, todos quisiéramos. A nosotros, es decir a todos, nos toca, si tal queremos, o en la medida que quisiéramos, la obligación noble de veras de sentirnos y de ser, para sí mismos y para los demás, dignos y revitalizarnos sin cesar, con el disfrute de los derechos, en y para esa dignidad, el valor que somos y tenemos. 





Nos hemos esforzado, paciente lector y yo, en despejar todo sotobosque, todo árbol y toda rama que nos ensordeciera a fin y afecto que cualquier ruido o canto de sirena nos desviara de poder atender a toda una panorámica. El sotobosque de demasiadas categorizaciones repartidas por el minifundismo de múltiples pequeñas parcelas del saber acerca de muchos detalles, que aunque incluso humanos, aislados e inconexos no nos dejan ver horizonte alguno; los árboles invadidos con las lianas de nuestros sentimentalismos que nos aferran a lo de siempre sin más consideración que unas ataduras a dorados pasados o a alucinados futuros; a las ramas cuyas palabras como hojas muertas nada dicen si exceptuamos sus falsedades encubridoras. Hemos querido juntos, apreciado lector y yo, despejar hasta el punto de poder escuchar lo esencial de todo decir en una sola palabra: humano, o en lo plural y colectivo, humanos y humanidades. Hemos querido ir, o traer a colación, a ese sentirnos valiosos y que cualquier poderoso poder en alguna área localizado (política, religiosa, económica, mediática) que se exceda puede arrebatarnos o mal que peor impedir, que nos llegue, al común de los sentidos, el beneficio de sentir lo que somos: dignos. 



¿Que nos llegue o podamos desarrollar qué, más concretamente?: Esa estima en ser lo que queramos y decidamos ser en el sentido, en la orientación, de la dignidad humana (de ser humanamente mejores). Esa que nos es por igual. Hemos querido alcanzar, aunque tan solo haya sido con el tejer de las palabras, el claro del bosque de esa igualdad que se dice y hace de tantas maneras distintas; al margen siempre de sacrificar, menospreciar, ignorar, querer suprimir diversidades que nos expresan y nos hacen ser (que es donde hemos considerado, con la ayuda de una cita, lo esencial, junto con la igualdad de derechos,  de la Democracia). Y que puede ser deteriorada, esa estima propia y ese valor, dañada por los poderes cuando estos se disocian de la fragilidad y de la fortaleza humana para ser mejores por sí mismos. No mejores tan solo en eso o en aquello sino que en la asociación de toda nuestra persona hecha de tantos y tan diversos aspectos (ya en una sola persona) y sentires. Y así pues en y entre toda persona, es decir en sociedad, en la que tan solo podemos ir siendo.



* Aportaré, próximamente, enlaces a textos para poder comparar y considerar personalemnte, si se quiere, lo dicho.


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