ADOCTRINAR XXIII
Reanudo
pues el juego con la carta ya mostrada a mi amigo en la sesión
anterior.
Si
también el manipulador es un ser manipulado y si la posición, sin
que haya otra para las jugadas que van a seguir, es la común entre
P, mi amigo en el juego, y yo mismo; es decir, si la
posición es la de débil manipulado, entonces brota una primera
pregunta: ¿Qué posibilita la manipulación? No ya quién, sino que
qué, la hace posible y tan expansiva y expandida como mi amigo P
siente que es y está en nosotros, en cada uno de nosotros.
Juego
la carta de esta inscripción: También el manipulador es un
humano manipulado. Además concedo a mi amigo, para hacerme a él
y así no imposibilitar nuestro juego, la supremacía de la
manipulación. De tal manera: Que la humanidad entera queda
distribuida entre dos inmensas categorías, Quienes son, unos, los
manipuladores y, los otros, los manipulados.
No es esa una categorización maniquea, pues el manipulado puede llegar a ser un muy efectivo manipulador y el manipulador él mismo un muy competente manipulado destinado a una finalidad predeterminada y a la cual él mismo queda predeterminado. A más tomando a alguien, a una persona cualquiera en concreto (yo mismo por ejemplo), cabe pensar que tal vez una clara línea divisoria de lo que al respecto tal persona sea (si manipulador o manipulado) no es nada nítida. En esa línea difusa, imprecisa, porosa y discontinua anida, sin embargo, su pregunta clave, la pertinente al caso: ¿ Hasta qué punto soy yo un manipulado-manipulador o un manipulador-manipulado? En este activo y pasivo fondo común no hay dualidad alguna donde algo antitético pueda depositarse, residir o germinar. Tampoco el bien. Ni el mal. No hay maniqueísmo en aquella categorización, pues. Solo que para el juego de pensar sintiendo y de sentir pensando, que es nuestro juego en curso, reconocemos, por ahora impotentes, una cierta identificación que se da en no poca medida: La de un poder general identificándose, haciéndose uno, con la manipulación; lo mismo que una manipulación, en tanto que vasalla instrumental del poder, que ejerce poderosa dadas ciertas predisposiciones: Las de nuestras debilidades, lo inerte en nosotros, las de nuestras concesiones... que regresan avasallando.
No que otros nos avasallen, ya hemos quedado en que no hay quien fuera de la manipulación. Que tan solo nos cabe, por ahora, en las muy frágiles ramas de nuestras distinciones, la pregunta, anidada, por aquello que tanto facilita la poderosa acción referida por este otro verbo en juego, tan íntimamente emparentado con el de adoctrinar, el verbo manipular.
No es esa una categorización maniquea, pues el manipulado puede llegar a ser un muy efectivo manipulador y el manipulador él mismo un muy competente manipulado destinado a una finalidad predeterminada y a la cual él mismo queda predeterminado. A más tomando a alguien, a una persona cualquiera en concreto (yo mismo por ejemplo), cabe pensar que tal vez una clara línea divisoria de lo que al respecto tal persona sea (si manipulador o manipulado) no es nada nítida. En esa línea difusa, imprecisa, porosa y discontinua anida, sin embargo, su pregunta clave, la pertinente al caso: ¿ Hasta qué punto soy yo un manipulado-manipulador o un manipulador-manipulado? En este activo y pasivo fondo común no hay dualidad alguna donde algo antitético pueda depositarse, residir o germinar. Tampoco el bien. Ni el mal. No hay maniqueísmo en aquella categorización, pues. Solo que para el juego de pensar sintiendo y de sentir pensando, que es nuestro juego en curso, reconocemos, por ahora impotentes, una cierta identificación que se da en no poca medida: La de un poder general identificándose, haciéndose uno, con la manipulación; lo mismo que una manipulación, en tanto que vasalla instrumental del poder, que ejerce poderosa dadas ciertas predisposiciones: Las de nuestras debilidades, lo inerte en nosotros, las de nuestras concesiones... que regresan avasallando.
No que otros nos avasallen, ya hemos quedado en que no hay quien fuera de la manipulación. Que tan solo nos cabe, por ahora, en las muy frágiles ramas de nuestras distinciones, la pregunta, anidada, por aquello que tanto facilita la poderosa acción referida por este otro verbo en juego, tan íntimamente emparentado con el de adoctrinar, el verbo manipular.
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