CUENTECILLO AL DESPERTAR
Emergía
de la vorágine de sus emociones no sabía que. Aunque, eso sí,
podía, lo que fuera, tomar un caudal incesante de letras que no
pocas veces, sin embargo, terminaban en verborrea ficticiamente sentida; con lo
que, a pesar de todo, su éxito, en los asuntos a los que iban
determinadas, era más que considerable, sobresaliente.
Si
alguna vez le daba por pensar consideraba que cuanto él era y todo
lo que a él le ocurría se debía a su genio, únicamente por el
mismo generado. De entre todas las letras, unas se repetían más
bien de manera aleatoria y muchísimo. Se repetían, y creía sin
dudar que tal abundancia de repeticiones tan solo de él procedían,
aún más, en él se generaban. Para nada podía sospechar de ellas
como siendo fruto caido de la cultura en que chapoteaba su alma y
retozaba su cuerpo. No solo a veces pensaba sino que incluso, pero
menos todavía, se esforzaba, ya digo, muy ocasionalmente, en
reunirlas -a las letras me refiero-. Pensara en sí o no (mucho más
esto último) se esforzase o no en pillar alguna síntesis (mucho más
no que sí) el caso era que lo suyo era relamerse en cada una de sus
letras más abundantes y preferidas. Doce, eran las letras
desatendidas de cualquier atención reflexiva o casi. Ellas, mucho
más culturales que personales, insisto; aunque estaba en la
convicción que eran de sí que brotaban como si de un manantial se
tratase.
Padecía,
en los intersticios de cada grafía separada; a veces rozaba la
desesperación... hasta que podía hilvanar el siguiente trazo.
Finalmente se quedó anclado en la última, de las letras y la
desesperación fue máxima. Poco le faltó no poderlo contar. Un casi
sin fin de erres, os, emes, as, enes, tes, ies, ces, otra vez ies,
eses, de nuevo emes, y de vuelta para cerrar el ciclo hasta la
saciedad repetido otro chorro de os. Esas eran, en concreto.
En
su precipitada caida aún pudo agarrarse a una rama sobresaliente de
su propia singularidad pensante. Y descendiendo por ella
cautelosamente pudo invertir el orden de todas las cosas suyas;
ahora, en esta inversión, de suma importancia. Dándole la vuelta al
repetido chorro de sus letras, empezando por la última y avanzando
hasta la primera le apareció el vocablo AMOR; allá, al principio de
toda la palabra... no menos que al final, que alguna vez sería, de
su vida.
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