HILADO Y TEJIDO EN LA ZARZA*

(Semana 29 Abril-4 Mayo/2018)
MOTIVOS Y JUSTIFICACIONES
Intento tejer una reflexión al hilo de un par de cuestiones que yo, particularmente, siento como importantes para mí, y posiblemente interesantes para quienes así también lo sientan (a las preguntas me refiero, las respuestas son cosa de cada quien, y ello tan sólo en caso de necesitarlas o quererlas por propia intervención; yo solo quisiera compartir este intento, ya que en esto también puede ocurrir que una chispa mínima prenda una buena lumbre para sí mismo o en cualquiera otra persona no menos sí misma que yo). Aparecen, tales preguntas, al final de uno de los vídeos de un curso en línea dedicado a un autor (S. Kierkegaard) que me interesa desde hace mucho tiempo y que he seguido de manera intermitente (supongo que a causa más bien -o en parte- de las editoriales y de sus golosos superventas o monopolios, ...pensando mal :). Estos cursos se imparten a través de una página web que presenta y coordina las aportaciones de numerosas universidades prestigiosas del mundo. Son cursos gratuitos, bastantes pero no todos en inglés (yo me valgo del traductor google para poderlos seguir, aunque sea a trompicones y en lengauje similar al cheyene o al siux :); los hay también en castellano). Escribo esto último por si pueda interesar: aparece como primera página poniendo el nombre de la misma, COURSERA, en el buscador google. Ah y también se pueden bajar libros gratuitos sin necesidad de apuntarse a ningún curso... best sellers de actualidad no son precisamente, que conste... aunque algunos sí, si consideramos otro tiempo que el inmediato, hecho de tantas prisas y precipitaciones pasajeras.

LAS CUESTIONES
Entonces, nuevamente pregúntate, ¿quién eres realmente? De siete mil millones de seres humanos en el planeta, ¿qué te hace esa persona única que eres?


Me interesa intentar reflexionar sobre este final de la tercera conferencia, donde se (me) plantea la cuestión: ¿Qué te hace esta persona única que eres?¿Quien eres realmente?

EL TEJER
La primera de estas dos preguntas contiene ya una afirmación: ...esa persona única que eres. Ahí se afirma ya que soy único. Afirmación que, previamente, cabría cuestionar.
Seguramente que si yo preguntara a cualquier persona de esta sociedad en la que estoy inmerso se me daría una respuesta igualmente afirmativa: ‘sí, tu igual que yo somos únicos’. A lo que yo podría responder:’Ah mira, somos iguales, justamente en esto, en que somos diferentes'. Si nuestras personas -podría yo pensar- fueran tan solo iguales, entonces algún que otro elemento distinto a ambos (un elemento distinto a mi interlocutor y a mí mismo) podría responder por nosotros en que consistiría nuestra igualdad, la mía y también la suya. Algo, relato, norma, tercera persona o algún supuesto dios nos respondería algo así como: ‘ambos sois cristianos… o musulmanes o ateos o socialistas o… Algo se respondería incluso en nuestro nombre. Algo o alguien  podría responder en lugar nuestro incluso si nosotros no lo hiciéramos. Diría quienes somos con algún término general.


Pero no tan solo somos iguales y así poder ser englobados mediante atributos referidos a algún concepto que nos generaliza y así, de manera general, nos identificara.

Ese tipo de identificación siempre requiere la negación de  otras identidades para así, por negación de algún otro, poder ser alguien, externamente, general para el colectivo al cual se pertenezca.


Ahora bien, también somos distintos, cada cual únicos. Hay diversos indicios que parecen referirse a nuestra singularidad irrepetible. Nuestro timbre de voz, nuestros ademanes y gestos, nuestras huellas digitales… Así mismo, desde un punto de vista de la especialización o lo más específico uno puede distinguir o distinguirse por la manera muy personal e inconfundible en la realización de algún arte, profesión o quhacer en general.


Hasta ahora no he dejado de mencionar aspectos externos, manifestaciones o reconocimientos externos, fenoménicos, alusivos a cuanto pueda identificarnos y por lo cual reconocernos; pero ello no más que de manera externa. De manera externa sabemos quienes somos.

Ni una sola palabra creo haber dicho, por ahora, de nuestra interioridad, de nuestra subjetividad.  He de advertir que al decir nuestra subjetividad me he excedido en el uso de este pronombre personal, por ser plural aunque de la primera persona. Para no excederme he de referirme tan solo a mi mismo, si por el estrecho camino de la interioridad quiero adentrarme... para ir describiendo lo que en él me vaya encontrando. Ese es camino de cada cual.
Las identificaciones externas (ser cristiano, musulmán, ateo, del Barça, del Madrid… ) y sus correspondientes identidades se caracterizan por destacar, positivamente, sobre un fondo de negatividad. Decir ‘soy ateo’ implica suponer el fondo que niega. Es decir que si afirmo ser ateo, niego ser creyente y con ello, con tal negación, niego cuantas creencias se refieran a cualquier divinidad. Si afirmo ser musulmán niego ser cristiano y también niego estar adscrito o pertenecer a cualquier otro credo que no sea el musulmán.  A menudo o tal vez siempre en un momento u otro estas negaciones se “resuelven” se reafirman en términos de sentimientos y acciones que denotan superioridad frente a los que no son ‘de los nuestros' o 'como nosotros’. Superioridad que no pocas veces se toma como fundamentación, pretencioso, de legitimación para la violencia contra los que no son como ‘nosotros’. Así pues quién soy, desde las demarcaciones de la exterioridad, se determina aunque sea afirmativamente sobre un extenso tapiz sobre la tierra de la negatividad.




Así pues, externamente, sabemos muy bien lo que somos. Podemos ser muchas cosas, pero todas ellas necesitan de la negatividad para poder subsistir. Y lo paradójico es que no podemos dejar de ser sin esas diversas y simultáneas adscripciones y pertenencias con las que nos identificamos y nos identifican. Y de esta manera, caleidoscópica, es como soy. Sin embargo eso no es todo.


Lo reflexionado hasta ahora no ha sido meditado más que por el anverso de mis diversas identidades. ¿Tienen todas ellas un único reverso? ¿Soy realmente único? ¿Y si soy único, qué me hace serlo? ¿O algo otro que yo hace que yo sea? ¿Meramente soy o también soy alguien valioso no sujeto a fluctuación ni a lo efímero?

Anteriormente he mencionado algunos indicios en los que aparecen muestras de nuestra singularidad, timbre de voz, huellas digitales, gestos y andares, estilos personales en la ejecución de algún arte u oficio… ¿Qué tienen en común todos estos rasgos? Algo que se halla situado en las antípodas de aquella otra característica que, externamente, nos puede delatar como antagónicos. Ese algo común en toda singularidad muestra y de nosotros es la inclusividad; a entera diferencia de la exclusividad que dice, en último término, quienes somos en el aparente mundo de la exterioridad. En su reverso, en el reverso de nuestra exterioridad, en la interioridad de cada cual, tal vez demasiado adormecido yace un deseo de inclusividad, de querer relación con lo otro distinto que yo. Si mi voz o mis gestos me identifican y hacen que yo sea reconocible a los demás, esos rasgos, de voz o de lo que sea muy propiamente yo, jamás lo serán en detrimento -tampoco en competencia- de otros a otras personas pertenecientes. Los rasgos que tan singularmente nos identifican jamás se oponen entre ellos. Si atendiéramos, cada cual, más a lo más internamente singular y propio, tal vez la relación o incluso la inclusión de la singularidad distinta en que cada cual consiste, sería más patente y progresivamente extensa (en ello consistiría nuestro progreso, otro muy distinto aunque no excluyente de lo que normalmente entendemos o intuimos como progreso o mejoras materiales y organizativas). Son, nuestras distintas singularidades exclusivas de cada cual sin dejar de ser inclusivas de lo distinto. Pueden ser perfectamente pertenecientes a una inclusividad y pertenecer al mismo tiempo a quienes siendo únicos manifiestan su singularidad inconfundible.




¿Es ese tipo de inclusividad aquello que me hace único? Ponga yo en una proposición, en una oración, a esa inclusividad: Esa inclusividad es aquella que respeta, atiende e incluso fomenta oportunamente la singularidad distintiva percibida por mi de otro que no es yo.


Pero, ¿qué es aquello, más interno que las meras manifestaciones, a respetar por mi, de otro que no soy yo? Para responder a esta cuestión no puedo hacer otra cosa mejor que adentrarme por el estrecho y ya iniciado camino de mi interioridad. Percibo mi unicidad de manera negativa, es decir por el sentimiento de disgusto, cuando no soy bien interpretado por mí mismo o por los demás. Y siento mejor, quiero decir positivamente, qué soy cuando me siento, por mí mismo comprendido de manera inteligente y de manera afectiva (jamás en el olvido o anestesia de los afectos, en la insensibilidad), sentida con el corazón, es decir internamente en y por mí mismo. Es esa inclusividad de afecto y inteligencia la que detecta y denota mi unicidad completamente distinta de la unicidad de cualquier otro; distinta pero al mismo tiempo y por haber sido oportuna y sucesivamente comprendida la mía (comprender significa reconocer y aceptar contradicciones para poder cambiar o mejorar). Al ir siendo comprendida por mí mismo mi unicidad, es posible que sea comprendida la muy distinta unicidad del otro o en general de cualquiera.


Sigue en pié la pregunta, ¿Qué hace que yo sea único? Me parece que solamente caben, por ahora, dos posibles respuestas. Hace que yo sea único alguien o algo otro que yo o, segunda respuesta, yo mismo. Si solo yo mismo, y solo yo hace mi ser único, parece que la inminencia de la desesperación me aceche. Por otra parte si es otro u otra cosa que yo quien me hace único, entonces el peligro inminente puede ser la disolución de mi ser único, que ya solo lo es por o para lo otro.

Puedo imaginar una solución para la aporía existencial. La desesperación sobreviene en la soledad más absoluta y tenida involuntariamente, en el pretencioso yo que cree poderlo todo, ser todopoderoso. En este cerco no hay salida. El otro extremo, la disolución, mi progresiva anulación, mi deterioro, la anulación de mi persona sería en el encierro de mi dependencia a otro, de mi nula libertad. Dependencia a otro u a otra cosa a la que debería yo rendir mi ser en tanto que único. Ambas situaciones internas (desesperación o anulación) las he imaginado de manera extrema, en términos absolutos en los que mi unicidad no sería más ni otra cosa que desesperación o nulidad. Sería únicamente nada; como viviendo yo, o en un recinto cerrado y estanco con el agua de la angustia sobrepasando mi cuello  o malviviendo en la objetiva renuncia de mi mismo habiéndome transferido -o habiendo sido transferido por- a lo otro (tradición, sociedad imperante, religión o líderes religiosos, ideología, autoridades diversas…). Estos dos extremos son imaginados como: en un extremo, siendo yo (o cualquier subjetividad) el único hacedor de mi mismo; o, en el otro extremo, como siendo lo otro el absoluto hacedor de mi mismo. Yo o Subjetividad hacedora de mi cerrando toda entrada, favorable o no, del exterior, de lo otro que yo, cárcel y presa yo de mí mismo; muriendo en mi propia autarquía imposibles; intervendría con nada en una imposibilidad de poder ser. Imposibilitado de tal manera, aquello completamente exento de mí sería la Libertad, mi libertad. O, a expensas de lo otro, siempre penando por ser en la imposibilidad, también aquí, de querer ser autónomo.


Considerando que el rasgo común de cuanto expresa mi ser singular es en el principio de inclusividad, cabe que me pregunte como sería aquí esta inclusividad, aquí entre mi imaginada nulidad y la desesperación más absoluta. Siendo yo inclusivo abriría las compuertas de mi solipsismo. Y cortando la sonda (especie imaginada de cordón umbilical aún siendo adulto) que conduce el suero de mi ser mientras toda mi subjetividad yace, a causa de lo otro que yo, postrado, inactivo, pasivo a más no poder. ¿Y en todo esto (abrir y cortar para incluir mi individualidad y la de los otros), quién sería yo en realidad? Quien abriendo las compuertas de mi oculta subjetividad y cortando el cordón umbilical de mis dependencias va configurando, según recursos y posibilidades propias, con lo otro que no soy yo la autonomía de mi variable ser mientras éste dure y algo de él perdure en aquello y en aquellos que con mi autonomía he sido capaz de aportar, realizar e incluso, tal vez, dada mi singularidad, así como la de cualquiera, crear (creo que hay un solo verbo que recoge a estos tres mencionados últimamente: amar).


Para decir lo anterior de otra manera refiero ahora ahora un acontecer con su tímida realización humana de una determinada idea que tuvo su nacimiento histórico por, y en, E. Kant. Otra manera de referirme a la realización de mi autonomía, es decir que yo soy una finalidad y nunca solamente, únicamente, un medio de uso para cualquier otro fin al que haya de rendir literalmente todo mi ser. Mi unicidad, mi ser único no consiste en ser un puro medio, un vulgar o un sofisticado instrumento. Tampoco de ninguna manera dejar de ser un fin. Tampoco únicamente un fin, sin ser para nada un medio. Es ahí, en ser tratado o en tratarme únicamente como un medio que yo experimento, en mi profundo malestar y dolor, la unicidad faltante, la calidad de único, en que yo soy, deteriorada. Y también percibo mi ser único cuando me reconozco y se me reconoce en mi singularidad y peculiaridades incomprendidas, no menos que, incluso, en mis potencialidades (posibilidades de ser de nuevo). Es cuando me trato a mi mismo y trato a los otros como fines, como fin en sí mismos que ese trato es un medio adecuado, ahora sí, al fin pretendido. ¿Y cuál es el fin pretendido? No otro que uno ya logrado y siempre por lograr en nuestro ir siendo humanos: la libertad. Esa disposición nuestra en la que podemos situarnos -y nos hallamos situados- en el principio de una bifurcación, y entre esta ambivalencia afectiva de caminos colindantes que siempre permanecen en mi interior y que podemos rotular con los términos de CREATIVIDAD (o sinónimos y similares) o DESTRUCTIVIDAD (sino con términos más graves y terriblemente humanos, tales como crueldad, sutil o estrepitosa). Para la libertad en determinarnos, más decididamente, a andar más  por un camino que por el otro. Y aún soy más fin en mi mismo cuanto más frecuente y me adentre por las sendas de la CREATIVIDAD superando desorientaciones y sinsentidos que llevamos incorporados, y que incluso a veces reviven en el trayecto de mi existencia irrepetible, insustituible e intransferible, es decir única.




Esa finalidad en mi mismo que soy y que cada cual es puede rastrearse, también históricamente, haciendo referencia a la dignidad humana, siempre tenida en particular pero demasiado poco respetada aún y en general. Dignidad es otra palabra de y para nuestro ser único, que quiere expresar el principio y fin de nuestro respeto y quehacer humano, siempre haciéndonos. La que acabó siendo la valiosa idea de dignidad reconocida y proclamada, como meollo, en la Declaración Universal  de los Derechos Humanos tuvo su incipiente, mínima y estrecha aparición en la exterioridad de las dignidades exclusivas del poder, la heroicidad, la mitología y las divinidades. La dignidad era privativa de unas pocas eminencias tenidas como tal, obligatoria o reconocidamente, por los miembros de una u otra cultura o sociedad. Fue luego extendida, y descendida, en el reconocimiento, inclusivo, del otro hasta un determinado momento histórico tenido incluso como no humano ( dignidad del indígena y del esclavo en dejar de serlo éste y siendo reconocido en su distinción diferencial aquel. Hasta llegar a converger o sustanciarse como fin en sí mismo que cada quien es, eminentemente, y evidentemente, digno. Parece, finalmente, haberse logrado un fondo común, de inclusividad, para la dignidad de cada uno en particular. Hacerla efectiva es, me parece, el cometido particular y subjetivo y el general de las sociedades actuales.

¿Cuán lejos estamos de este cometido? Particularmente cada quien sabrá. En lo general de nuestro mundo global parece que muy lejos, en esa tergiversación de medios y fines con que nos acosamos practicando no pocas veces una violencia del género humano entre humanos, todos y cada uno de igual dignidad; apareciendo como fin pre-dominante y generalmente anhelado el beneficio solo material por encima de cualquier otro beneficio o necesidad humana; y siendo, el ser humano, como un vulgar medio de usar y tirar.

* LA ZARZA, AQUÍ SU PÁGINA WEB (las fotos que aparecen en la publicación son de aquel lugar)

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