SEANOS UN PAR DE DOS CADA PAR (II)
Son
las palabras -a las habladas me refiero- como el hilar invisibles
urdiendo reflejos -o al menos así puede ocurrir- de quien las dice,
especialmente si con su decir se propone indagar a la vez que
indagarse en el bastidor compartido del diálogo (no ocurre así, o
bien lo reflejado es muy turbio y distorsionado, en el uso de la
palabra como medio de ocultamiento). No hay palabra con sentido sin
dos que alternándola libremente la vaya diciendo, ni sin dos que a su
vez la vaya escuchando (oírla no es suficiente). Siempre antes que
el monólogo está y ha sido el diálogo. En sentido estricto el
monólogo es inexistente, pues es un diálogo interiorizado, y acto
seguido, o dicho o escrito en voz alta o en silencio respectivamente.
Una forma al servicio de la interiorización es la escritura, una
especie de diálogo insonoro en todo su proceder (diálogo de
palabras y silencios adentro y grafías plasmadas en algún soporte afuera) ... especie de diálogo que
se alía con el silencio y el tiempo (esos bienes tan escasos para
según que). Esas coordenadas, silencio y tiempo, que abren un
espacio al infinito, donde el reflejo de reflejos, la reflexión, el
pensamiento, la representación aún sea ésta la del futuro inédito
se hace posible. De no haber interlocutor presencial, siempre nos
queda la escritura como su mejor sustituto, aunque sucedáneo del
decir verdadero entre, como mínimo, dos que deseen indagar al tiempo
que, sobre todo, indagarse por ver que cabe ser y aún más mejorar.
Mi
pretendido, y tal vez pretencioso, urdir ahora es el de una tela
finísima que quiere hacer las veces de espejo. En cuyas dos caras ha
de ir quedando reflejado lo anteriormente dicho: Dos parejas cuyo
tenor en una y otra ha resultado ser bien distinto, habiendo
postulado, nosotros, que en ambos pares juega, un papel importante,
la libertad. Es decir, que en ningún caso hay ausencia de querer, en
ninguno de sus integrantes.
Y
la pregunta latente es: ¿Qué ha sido y qué es aquello querido? Sí,
querido; y no impuesto por nada, ni por nadie.
Se
trata, A y B, C y D de pares representativos. Y ahí está mi
atrevimiento, mi pretensión: Lo son, en cierta manera, de toda la
humanidad en su posibilidad de vivir en planos predominantemente
distintos, aunque no condicionados a ello. A y B viven predominantemente su existencia en un plano; C
y D, predominantemente en otro. En realidad es importante el adverbio
predominantemente. Cada pareja, sus componentes algo, o mucho, viven
o han vivido en el plano en que no han realizado con igual dominio
sus vidas (su plano de preferencia); no tanto, ni mucho menos, como en el plano principal y
habitual de su existir preferido. Ello no puede ser de otra manera, dada
nuestra relatividad, nuestro no poder vivir nada en absoluto (de ahí
nuestra libertad) y sí, cuanto y cuando sea lo vivido y lo por
vivir, relativamente (es nuestra común condición humana).
Bajemos
un poco
a lo más concreto. El par A/B se caracteriza por una particular y
también mutua confianza en sí mismos; a primera vista,
inquebrantable. Siempre parecen haberla tenido, por lo que cualquier
cuestionamiento hecho a sí mismos, individualmente, la pareja o por
terceros, parecía ser del todo superfluo, innecesario y por ende
sentido como molesto o, muy educados como son ese par, inoportuno, no
venían al caso o no tenían razón de ser, decían
ellos al asomar algunas palabras o insinuaciones ajenas que
voluntaria o involuntariamente suponían alguna reflexión respecto a
sí mismos que, a juzgar por terceros, merecía la pena considerar.
Sus circunstancias no revestían vicisitudes de extrema dificultad; es más, iban predominando, no sin habérselo ganado con esfuerzo
(sin dejar de lado la suerte), las de carácter próspero. Cualquier
íntima e inquietante perturbación (surgidas de, y entre, ellos
mismos) de este estado de cosas o no era apenas percibida o con gran
dominio de sí era fácilmente distraída en alguno de los múltiples
recursos espectaculares a tales efectos destinados o bien era
depositada, la perturbación, en alguna que otra escusa que hacía
las veces de, al menos supuestamente, disipadora de cualquier
inconveniente que contuviera la advertencia que algunas cosas, en la
relación y particularmente, no andaban bien y que de alguna manera
éstas clamaban por ser atendidas. El plano de preferencia de este
par que vivían una vida en una cierta relación -ahora es momento de
decirlo- era la Exterioridad. De ahí procedía todo parabién o sus
contrarios. Ellos, sentían que, bien poco o más bien nada podían
hacer para variar el curso de aquello que firmemente creían ya
establecido o aquello otro que tenía su propio
curso, completamente ajeno, según su firme parecer, a sus voluntades
o quereres (pongamos por ejemplo la vida de los sentimientos, sí, la
vida sentimental). En realidad su aparente confianza en sí consistía
en esta creencia: lo que era no de otra manera podía ser y lo que
tenia su curso propio éste era indesviable e invariable. Eran, a pesar de toda su ingente actividad que saltaba a
la vista de cualquiera, sujetos pacientes en la vitalidad de sus
propias personas y, por tanto, de su propia relación. Por ello ésta,
la relación, no estaba lejos de entrar en punto muerto en que,
situémonos en el mejor de los casos, ya no se experimenta ni
beneficios importantes, y mutuos de agradabilidad ni tampoco
pérdidas demasiado disgustadas a causa de indiferencia; ...y en
casos más extremos todo se torna en una tensa calma. Sin embargo no
nos acojamos ni a uno de estos extremos, el mejor de los casos, ni al
otro, ese de la calma tensa. La mayoría en tales situaciones dan en
una llevadera adaptación salpicada de buenos momentos. Ahora bien en
esas tres posibilidades o variantes, indistintamente una gota de agua
o una lluvia torrencial, da lo mismo, puede ocasionar el
derramamiento... cuya gota o torrencial lluvia, como es natural
proveniente del exterior, será tomada, por tal par cuyo plano
preferido de su existir es la Exterioridad, como la causa de su, como
pareja, último y gran mal imposible de ser superado.
Si
tal gotita o tal torrencial lluvia no acontece, cosa que es muy
posible; o bien es hábilmente escamoteada por la indiferencia al
chaparrón o a lo ya desparramado o por vaya a saber que ( los
eventos X, Y o Z, nada tienen que ver conmigo), entonces el
transcurrir del par puede ser incluso jovialmente y por dosis
discretas llevadero, tal vez incluso hasta el final de sus días.
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