ARMÓNICOS DE UN CONCEPTO (5)
Amanecer a la vez siempre y nunca el mismo.
Convendría ahora atender a aquello capaz de afinar todo concepto (aquello que vamos concibiendo de manera desatendida), también el de democracia. Al diálogo me refiero. Sin élcuanto se pueda decir corre el riesgo de la oquedad, del vacío de significados, de los despropósitos de los sinsentidos.
Tenemos, de lo que es diálogo, buenos modelos; pero sobre todo hemos logrado tenerlo incorporado mediante ese balanceo interno, de cada cual, entre palabra y pensamiento. Ese poderse decir a sí mismo. Esa posibilidad, que podemos hacer efectiva, de sano desdoblamiento que es hablar consigo mismo, constituye la cara interna del diálogo.
No obstante -y esa sería la otra cara- sin la mutua fuente de los interlocutores, tal diálogo interno puede morir de repetición, de anquilosamiento, de hueca credulidad, de lo ya dicho. Todo diálogo parte de como mínimo dos (E. Levinas). Diálogo con lo distinto de mi que es justamente el otro, es lo primario, lo éticamente primero. Nada nace, nada creamos desde el solipsismo (incomunicación, aislamiento, de lo uniforme, de la unidad-distinto que unión-). Si puedo pensar dentro de mi es porque antes, como mínimo, dos han sido y son, uno cara al otro.
Diálogo, ese introducirnos e incorporarnos en la palabra dialogada, hecha a base de la mínima relación que unos y otros componemos. De ahí nacen algunos bellos ejemplo literarios y filosóficos. Cualquier diálogo socrático podría servirnos.
Sin embargo lo ya dicho: que incorporada tiempo hace que la tenemos, tal capacidad para el diálogo; solo que en demasiada medida tan solo en ciernes, sin la diligencia de su cultivo.
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No hay diálogo sino es en pie de igualdad. Cualquier superioridad lo hecha por tierra. Más aún, bajo tierra, enterrada nos queda toda posibilidad de genuino diálogo freta a alguna superioridad. Es ocultado y tal vez casi borrado por ese tan pronunciado desnivel de la superioridad anuladora o discriminadora. En pie de igualdad, puede brotar el diálogo más distante entre muy distintos interlocutores.
En pie las dos partes, sobre un mismo nivel de igualdad. Condición imprescindible para tal actividad mediante la humildad, no la falsa; la auténtica. ¿Cual es la materia, el sustrato, el humus de esta humildad auténtica? La igualitaria e igual ignorancia -por sernos tan inmensa- que más allá de los especiales o comunes conocimientos de cada cual a todos nos iguala. El reconocimiento de tan amplia y profunda ignorancia; no, desde luego, como algo a venerar o a instalarse en ella, la ignorancia, como si de una especial gracia se tratase (se cree todavía mucho que a mayor conocimiento mayor desgracia, mayor infelicidad); no, eso, de ninguna manera.
¿Cual el tema universal de todo verdadero diálogo? En particular aquel que el reconocimiento de la ignorancia de cada cual vaya orientando. Pero en general, el tema es aquello nuevo, inédito, que ambas partes puedan llegar a dar a luz, configurar (figurar juntos). Lo nuevo, inesperado incluso, pero divisado como un mejor estado de existencia, como una más desarrollada capacidad de convivencia sin sacrificio de la alteridad (distinción y riqueza diferencial, diversidad) que cada cual y en todos se nos declara -Derechos Humanos- en la propia personalidad particular. Nuevo, inédito, en esta dirección, en este sentido se halla el tema genérico de todo diálogo.
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Así, como ejemplo de humildad, pongamos por caso a un especialista muy experimentado en física cuántica desentrañadora de los secretos de lo más pequeño y de los universos posibles, y a éste nos lo imaginamos en conversación con alguien infinitamente alejado de tales conocimientos, pero también sabedor de lo suyo elaborado a lo largo de su vida y abierto aún el deseo que llamamos curiosidad. El científico se presentará despojado de sus conocimientos porque infinito es su desconocimiento respecto a aquel que tiene delante y mucha es la novedad que el diálogo entre ambos pueda aportarle -aunque tales conocimientos no sean, claro, los propios de su especialidad-. Por otra parte quien tan solo se ha acercado al especialista con su curiosidad de tener mayor conciencia, mayor saber, por nada del mundo se ha amilanado. Habrá, en este supuesto encuentro, una muy alta probabilidad de hallazgos o nuevas configuraciones en orden al mejor y mayor entendimiento humano: la especialidad -esa de lo humano- siempre por descubrir y conocer y a todos común (especialidad me refiero a entre todas las especies y géneros de lo viviente y de lo no viviente).
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