SEANOS UN PAR DE DOS PARA CADA PAR DE ESTOS (VIII)
Para
seguir considerando no quisiera dejar de merodear las que a mi me
parecen constantes comunes a todo ser humano y que forman el terreno
de cuanto aquí, en estas palabras, voy andando:
Qué menos
que dos distintos
constituyentes de relaciones que
resultan ser la mínima y continua expresión de nuestra, la humana,
sociedad (yo los he nombrado como A/B y C/D).
Qué más,
ni menos, que dos planos
existenciales en
los que actualizamos nuestras posibilidades de ser y desarrollamos
nuestras capacidades particular y colectivamente.
Y que
sería de nosotros sin nuestro
propio querer aun
a pesar de cuantas condiciones y circunstancias (unas favorables y
otras todo lo contrario) nos constituyen o están a nuestro alcance
como oportunidades.
Y que
sería de nuestro querer sin condicionantes
y oportunidades
en y por lo que podemos
ocasionar novedades, cambios y transformaciones incluyendo, y no en
segundo término,, nuestra propia persona; es decir, que sería de
nuestro querer sin la libertad
que yo, a pesar de todo determinismo
deseo y decido poner en juego.
A
todas estas constantes que tanto nos atañen cabría -y yo creo que
habría- que añadir un reconocimiento mayor de una más: No olvidar
o al menos echar en falta en numerosas ocasiones nuestra tan común,
constante y particular distinción.
No hay dos humanos no ya idénticos sino que ni tan siquiera iguales.
Esta constante -incluso diría que principio- nos queda en
innombrables e innumerables ocasiones camuflada bajo capas y más
capas de numerosas posiciones sino imposiciones y posicionamientos
uniformistas y conformistas socialmente establecidos y sancionados, y
no pocos de estos posicionamientos para nada convenientes según van
sucediendo continuos cambios que nos interpelan. Y las más de las
veces en quien dejamos de percibir lo distintos que somos unos de
otros y las diferencias que nos habitan en la residencia de nuestro
corazón es en uno mismo (algunas diferencias y contrariedades muy
contradictorias, otras fuertemente incrustadas y nocivas y otras muy
convenientes pero todas a considerar).
Este
nuestro especial principio de distinción se nos manifiesta en
multitud de detalles, ademanes, andares, gestos, timbre de voz,
maneras de considerar, facciones del rostro y así casi en un sin fin
de caracteres distintivos. Sin embargo el mejor y más bullicioso
caldo de cultivo de diferencias y contradicciones a distinguir en
tanto que propios y no de nadie más hierve en nuestro interior, en
eso que de manera más bien difusa intuimos y expresamos mediante la
corriente metáfora de el corazón, que
no deja de tener sus razones. Las razones, aun las de los
sentimientos no dejan de ser razones, la mayor parte de las veces sin
querer ser conocidas por quien primeramente puedieran serlo, hasta
cierto punto, es decir por uno mismo; a lo que algunos factores
personales del entorno mediato, bien cercano o profesional pueden ser
de colaboración y servirnos de ayuda. Razones éstas
esclarecedoras, es decir que no tan solo veleidades nos habitan. En
fin que quiero referirme, sin inmiscuirme, a todo eso que cada cual
sabe alberga como propio, que bulle, que vive internamente y que
puede ser, libre y convenientemente aceptado o orientado, considerado
y, por uno mismo o en colaboración, atendido.
Puede
aportarse como buena prueba, aunque desde la vertiente negativa, de
este nuestro principio de distinción a la inmensa o leve incomodidad
-si no aversión en ocasiones violenta- que nos causa algo bien
distinto y que para nada encaje con alguno de los moldes recibidos,
moldes que para lo nuevo, distinto y perteneciente al querer de otras
personas (y no coincidente con el nuestro) nos dejan inicialmente o
permanentemente (he aquí de nuevo la presencia-ausencia de la
libertad querida-o-no-querida) incapacitados. La capacidad para lo
distinto no pueda partir más que de la iniciativa propia mediante la
atenta consideración hecha oportunamente a uno mismo, muy
especialmente en lo callado de sí.
Pongamos
algunos ejemplos bien dispares de distinción que tal vez puedan
interpelar a nuestra tolerancia o a nuestra intolerancia: Maternidad
subrogada, homosexualidad, transexualidad, maternidad-paternidad de
parejas homosexuales, musulmanes, independentistas... Distinciones
que se nos aparecen, por serlo, unas de otras, pero principalmente
por darse el caso que no nos hallamos -quienes no- en ellas; y sin
embargo pueden aparecer y aparecen, procedente de algunos hervideros
internos individuales y colectivos, no pocas reacciones, frente a
tales distinciones, de carácter violento o cuanto menos de aversión
menospreciativa. Distinciones en las que, quienes no, no tenemos
participación alguna y quienes sí la tienen nada nos han hecho (no
nos han impuesto su ser o querer ser de otra manera), y sin embargo
las reacciones de quienes no son como ellos pueden llegar a ser
brutal o sutilmente despreciativas sino violentas. Estos son ejemplos
de distinciones que pueden resultar sernos muy patentes,
olvidándonos, pero, que aquéllas son distinciones respecto a
nosotros no menos que distinciones son las nuestras respecto a
aquellas. Si así nos resultan ser, aquéllas no son más que
distinciones sobresalientes por ser relativamente en menor cantidad
que las mayoritariamente establecidas, casos particulares del
concepto distinción.
El
concepto de distinción, entiendo, es, él mismo, ya distinto del de
diferencia. Lo que es diferente comparte un marco o fondo o aspectos
comunes del que o de los que dos cosas difieren en tan solo ciertas
particularidades. Lo distinto se refiere a
nada
en común, gracias a lo cual lo diferente y lo común son posibles
en realidad (hay y somo capaces de distinciones y de distinguir
respectivamente). Lo distinto siempre se orienta a lo que aún no es
reconocido o todavía no es en absoluto o de ninguna manera (la
infancia está jalonada de noes con y en los que el niño o la niña
buscan ser él o ella para participar, él o ella y no otros y así
en cada caso, en lo común y a su propia manera... si el caudal de
moldes uniformistas no ha sido excesivo o, aunque moderados, no han
podido ser superados por lo distinto de uno en que cada cual
indefectiblemente también consiste. Lo distinto pertenece a nuestro
querer ser, si humana y humanitariamente mejores (de nuevo se hace
presente en esto que escribo la libertad), entonces lo distinto que
cada cual es compone el anticipador mosaico de la esperanza,
aspirando siempre a una mejor calidad humana. Cuando nos sentimos
comprendidos, por uno mismo o por cualquier otro, siempre es en
calidad de haberlo sido en nuestra muy específicas distinciones
(no-er-otro ni uno cualquiera indiferenciado) y singularidades,
acompañados en nuestro, tal vez o a veces, vericueto interior.
Así
pues con el marco de estas seis constantes extendidas vamos a ir
alcanzando, imaginado lector, aquello que, como un lento molino
movido por la brisa del deseo que anima el querer, me ha motivado
toda esta larga caminata.
saludos Joan.
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