ADOCTRINAR (XII)


Seguimos con la partida. Como las jornadas se van sucediendo y se alarga nuestro juego, he de procurar la mejor estancia posible en nuestra sala. He traído a la mesa un buen vino. He de decir que no tiene marca comercial alguna; lo adquirí en su momento a granel -un enólogo me dijo en cierta ocasión que todo vino cuyo precio la botella de litro excediera los diez euros correspondía, el pagarlos, a vaya usted a saber que deseo del comprador; uno de tal precio límite y aún de bastante menos podía muy bien ser un excelente caldo, afirmaba aquel profesional-. Sirvo a mis virtuales convidados uno de muy exquisito, de bodega donde aún rellenan barriles; guardado ahora, por mi parte, en botella de vidrio. Y como sé que en vosotros las cifras, elevadas o nimias, pueden no referir, ni impresionar, a vuestro paladar, digo de aquél su precio: la cuarta parte del puesto como límite por aquel enólogo.


El turno en el que me toca jugar aún es con mi amigo J. Concretamente con su escepticismo. ¿O fuera mejor decir con su convicción? ¿Es él un escéptico a la cual cosa juega o un convencido de algo en lo que dice? No me corresponde inquirir en ello. Nuestro juego es sobre conceptos. Y la satisfacción final con el mismo será el placer compartido de, si algo formamos, una cierta orientación -quien luego quiera hacerla práctica en su vida, encarnándola en hechos, solo a él corresponde hacerlo si esa es su libre i firme determinación- … una cierta orientación respecto a qué cosa sea ésta de adoctrinar; dado que al respecto, y según parece, circulan muy interesadas, tergiversadas, mal intencionadas -esas las que más, tengo la impresión- versiones, si es que llegan a ser tales.

De J, mi actual participante en la partida sin exclusión de los demás, solo puedo decir que juega las cartas del más amplio concepto posible del término adoctrinar: Nada hay en nuestro haber-para-ser-sentir-y-hacer que no se nos haya sido inculcado, dada nuestra inicial, infantil, y permanente (aún siendo adultos) incapacidad en el ejercicio de no otra libertad que la socialmente permitida. “Libertad” que por sernos solo la permitida, o bien la volcada en última y única instancia en el liberal, sino libertino, mundo de las finanzas y de lo monetario, debería entrecomillarse como tan solo una palabra de vacío o de muy tacaño contenido. Ese es el concepto con el que mi amigo J juega: Adoctrinar y ser adoctrinados para a su vez adoctrinar es nuestro cerco. El molde permitido para nuestro existir.


No hay buen jugador que no sepa ponerse en el lugar de lúdico adversario. Pues bien, ahí, en su lugar, debo estar y jugar para procurar serlo. Dispongo de las dos cartas ya anunciadas en la anterior jornada.

De la primera, ésa es su concisa viñeta:

Presente la premisa de J: Nada hay en nuestro haber, ni ser, que no haya sido introducido por vía de adoctrinamiento.


Siguamos con los ejemplos de adoctrinamiento doméstico. Antes del deseado nacimiento del primer hijo de ciertos padres, muchos preparativos debía haber para el momento. A mi me sale en el naipe uno de, al parecer, muy especial y televisivo. Solo nacer, a los pocos días, y ya el cumplimiento, culminante, de uno de muy importante, de aquellos preparativos. El bebé ya tiene el carné de socio de un muy resonado club de fútbol (me da igual: del Barça). He aquí según una carta de mi amigo un grano de mostaza en cuya otra de sus cartas aparece la más grande de las hortalizas cobijando, las ramas de aquel árbol, a no pocos pájaros anidados y anidando.
Sin abandonar la conceptual posición de J, a mi solo me parece este caso un posible caso, y quizás muy anodino, de adoctrinamiento. Esa posibilidad puedo conceder para poder seguir la partida, porque tiene el tinte, esta segunda viñeta traída a colación, de adoctrinar. Pero un tinte un tanto descolorido, que solo mostraría ardor estúpido en un tal vez, y solo tal vez, futuro hooligan, a cargo ya, predominantemente, la tal estupidez, de quien en sus días fue un bebé y luego, ya muy (mal...) crecido abundando en las mismas estupideces propias de los fanáticos. No obstante merece la pena hurgar en lo propuesto sobre el tapete. El tinte aunque descolorido conserva aún matices e intensidades, tenues, del contenido que pretendemos formarnos. Posibilidades del neonato: A) Indiferente, para empezar, a todo deporte  puede surcar, aquella personita, su propio curso ajeno a toda afición deportiva, sin que ello suponga merma alguna para él en cuanto a su desarrollo personal. B) O puede, quien sabe, hinchado de tanto fútbol como emana del medio ambiente, repudiarlo por algo mucho más valioso siendo ya mayorcito; o bien C), otra posibilidad, disfrutar de la bella precisión y dinamismo de aquel juego juegue quien juegue, o sea que ya joven llegue a ser más amante de la calidad que no de la competitiva cantidad. Y así podríamos seguir enumerando posibilidades diversas (D, E, F...) que entre todas nos resultaría una buena muestra de libertad, en la que aquél niño podría desarrollar sus propios gustos a base de un buen manojo de oportunidades (que todo adoctrinamiento capa de raíz).

Tanto hurgar este naipe que casi nos pasa desapercibido su liviano color que trasluce la clara, y según parece temible, forma de todas las formas: la de la posibilidad, que el anclaje incuestionable o incuestionado de y en cualquier imposición sufrida reduce e incluso malogra, seria y profundamente.


No adoctrinar dice, refiere, pone rumbo, atiende, vislumbra, percibe, ensaya, desea, forma y a veces logra lo inédito, anda sobre un fondo posible de posibilidades (nunca las echa en olvido), y ello, alguna que otra posibilidad, es percibido en cada situación concreta  que en la realidad, a veces en exceso contundente y exenta de sentido, encuentra a su paso.

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