ADOCTRINAR (XIII)


Quedaba por mostrar, respecto al amigo y contrincante de juego J, la otra carta. La que tengo medio solapada por la anterior, aquella del neonato que tal vez, pasado el tiempo, llegue a ser hincha de, demos por hecho, el Barça. Posible y no más que posible caso éste de, tal vez, muy anodino adoctrinamiento. 

Aún se tiene generalmente cierto sentido por el que se puede pensar, incluidos forofos del tal deporte, que, al fin y al cabo el valor en ganancia de goles de un partido de balonpié es de lo más efímero y no de tan excesiva importancia, a menudo vociferada en y por una gran masa de hinchas. Si acaso, algunas jornadas futbolísticas alcanzan altos grados en intensiones puntuales, pero por lo que se refiere a la extensión en beneficios personales aquella ganancia vicaria -uno en realidad nada gana cuando un equipo gana- es de muy poco alcance, ya que abarca pocas áreas del desarrollo de la vida personal de cada cual en orden a favorecerlas todas. Dicho a la mayor brevedad: ¿A qué viene tanta hinchazón futbolística siendo el beneficio personal en tanto hincha extremo tan escaso? ¿De qué, tal hinchazón, es supletorio?  


Otra cosa son las religiones, que pretendían abarcar todas las áreas personales en las que uno va desarrollándose y creciendo y que, pondría la mano en el fuego, aún ejercen no poca influencia en el más importante reducto de cada cual. Allí donde, inmaterial, reside la inviolable capacidad de cada uno para la generación, personal y colectiva de elaborarse  propiamente convicciones. Ahí, en algunos residual en otros con no poca plenitud, hay ocupaciones o tal vez intrusiones de lo religioso que... ¿merman o potencian, nuestra libre capacidad desarrollándose en la elaboración propia de convicciones personales y colectivas?


En este naipe que figura lo religioso, ahora ya no solapado, aparece casi inmediato al nacimiento de un bebé, su bautismo, llevado a cabo, como no puede ser, material y espiritualmente, de otra manera por manos ajenas a las del propio bebé. Ahí, en el recién nacido, a lo largo de una vida, cabe, con no baja probabilidad, que el adoctrinamiento sea bien explícito y no poco efectivo. Además encubierto como la más noble y mejor de las educaciones posibles.  Y ello en lo equivalente en las respectivas religiones, mayoritarias o minoritarias, imperantes.



La posición de mi juego, el lugar que ocupo es que dogma y adoctrinamiento pueden tener muy poco que ver lo uno con lo otro. Adoctrinar está, a menudo, más en el como que en el que. Casi diría, por ahora, que se circunscribe más en el como que en el que. La enseñanza más anodina puede llegar a constituir adoctrinamiento (caso fútbol en fanáticos). Y el dogma, que tal vez andaba en una deriva absoluta, puede ser realojado en el reconocimiento de una posibilidad humana, mediante su restablecimiento (supongo que éste es el quehacer de los pensadores y filósofos religiosos) al y por el pensamiento que lo pueda humanizar, y ello no siempre de una misma manera ejercido (el tal dogma), sino que en todo caso pensado y aplicado como una posibilidad y  oportunidad a la mejor comprensión del ser humano tanto  como especie que como concreta persona individual. En ello (en el que de cualquier dogma de tal manera tratado) habría poco adoctrinar.

Pero bien, aquí cabe, y convendría a nuestra prolongada partida, barajar todas las posibilidades:

  • Adoctrinar con dogmas, completamente desgajados de lo humano: O sea, la práctica y suma habilidad en la aplicación de métodos ” inculcatorios” con incansable remozado de, y en, contenidos incuestionables en completa coherencia (adoctrinar/dogmas) dedicada a la única finalidad de que ellos, métodos y dogmas, sean finalidad en sí mismos, siendo el mortal humano solo instrumento, cosa, a tal fin debidamente orientado (o sea adoctrinado).
  • Adoctrinar sin dogma: Cualquier contenido cultural, anodino o sublime, nimio o inmenso, puede ser inculcado vía adoctrinamiento mediante el porque sí, así siempre ha sido, lo dice tal autoridad (lega, eclesiástica o científica, da igual) o mediante otras cualesquiera impresionantes muletas impositivas generalizadas en esta consigna implícita o explícita: no pienses por nada ni para nada... sobre todo si de adquirir novedad  o de desechar lo implantado se tratase..
  • Dogmatizar sin apenas adoctrinar: Caso de los fundamentalismos, ya tan inculcados que hayan tomado carta de naturaleza en amplias o diseminas regiones habitadas por casi incontables -o quizás no tantas- generaciones que han mamado y se han nutrido integralmente de dogmas y más dogmas que cubren todos los estrato de la vida, desde la íntimidad personal a la política general de alguna sociedad humana. Ahí se hace superfluo adoctrinar. Todo anda rodado en círculos viciosos estancos  y cerrados (quien se salga por atrevimiento ha de pasar por algún rodillo para darle renovada  uniformidad). (¿Es nuestro burocrático, financiero, político y tan programado sistema social actual uno de los fundamentalismos en danza en que según que aspectos por estar sacralizados resultan ser del todo incuestionables so pena de caer en la pena mayor instituida en este mismo sistema que es la correspondiente a la desobediencia? Ya se sabe, antes vemos la paja o el terrorífico constructo en ojo ajeno que la viga no menos destructiva en el sistema propio. Sería cuestión a considerar).
  • Sin adoctrinar y sin dogma alguno, pero aún y así... Es decir sin pretensiones conscientes o no conscientes de reducir, hasta la anulación -si ello fuera posible y lo es- del pensamiento y de la iniciativa propia en la libre confección de convicciones llevadas a cabo -y a pensamiento!- por uno mismo y por muchos, tejidas, tales convicciones, siempre en términos relativos a la dignidad, la diversidad, la variabilidad y la infranqueable, si respetada, distinción, es decir singularidades de cada cual, particular y generalmente humana.

Mi amigo J tan solo puede recoger, ganadas, las cartas de los tres primeros puntos, que al juntarlas corresponden a su concepción. Y he de aceptarle y reconocerle su buen juego en aquellos tres naipes, que abarcan no poca realidad humana. Pero con todas las cartas de su concepto no puede arrebatarme la cuarta. El pensamiento que piensa no adoctrina ni se deja adoctrinar.


Pretendía como dije, a estas alturas del juego, rozar, tensando al máximo ese ejercicio de pensar con que jugamos, un cierto límite, un cierto fondo. Dispongo para ello aún de una carta con la que tal vez pueda concluir el turno de la jugada correspondiente a J.

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