ADOCTRINAR XIX

También en alguna jugada pasada quisimos preguntarnos (dado el raquitismo de convicciones, no así de inculcaciones, existente en nuestras sociedades actuales) bajo que sistema totalitario estamos sometidos sin sacar apenas cabeza, ya que precisamente esta clase de sistemas, los totalitarios, se caracterizan -adoptamos como ayuda el decir de Hannah Arendt- por la destrucción de nuestras capacidades para formarnos convicciones, entre otras diversas cosas que no correran mejor suerte. Formarnos convicciones sin instrucciones ni vigilancias provenientes de instancias superiores que nos las hubieran de inculcar día y noche y mantener a lo largo y ancho de un sin número de programas de todo tipo, rellenos hasta la saciedad de un sin fin de consignas con monótonas, obsesivas, cadencias repetitivas destinadas a ser cumplidas. Y no quisimos negar la sospecha de cual es este sistema tan abarcador. Ese es su nombre: monolítico-modelo-económico-actual-de-ya-algún-tiempo-ha. Y de aquí el motivo e impulso de nuestro juego: Que metidos presos de patas en él, nos conviene, opino, reflexionar a fin de no dormirnos en tan laureado sistema de maravillas precipitadas sin fin. Es decir, mal no va tomar cierta distancia de tanto espejismo y aparador para mejor considerar y considerarnos.

Y así, sacando cabeza en lo posible, surge a modo de advertencia algo inquietante:

¿Inculco? ¿Sí? Luego adoctrino; ¿Adoctrino? ¿Sí? Luego inculco. Entendiendo por inculcar la invasión de uno al otro, aunque fuere, tal afán de intromisión, con las más nobles intenciones de vaya usted a saber que. sin entender por ello a la transmisión de información veraz y lo más objetiva y diversa posible.

No que haya o deba haber, para no adoctrinar, carencia de límites, estuvimos pensando; ya que los límites, si reales (aquellos que advierten y solo advierten de imposibles), son condición de posibilidad para la libertad en su continua regeneración,  mantenimiento y desarrollo. Hay una bella metáfora de E. Kant que creo puede venir al caso: Precisamente la resistencia (límite) que ofrece el aire a las aves en su vuelo es la que les permite, batiendo alas oportunamente (en nuestro caso sería por propio querer, o sea por libertad), alzar y mantener su vuelo (imposible poder volar sin aire, imposible no darse de bruces contra el suelo o dar contra algún doloroso obstáculo sin batir alas oportunamente (interponer advertencia de ello no sería adoctrinar). Nuestro vuelo se llama querer-ser-de-la-mejor-manera-posible, sin reduccionismos, sin  limitaciones "atenazantes"  que atenten contra nuestra integridad, que escañen nuestra dignidad.

Así se nos deriva el siguiente criterio:

¿Atentan o logran uno u otro, cualquiera, con algo o a través de  alguien mermar mi dignidad? ¿De tal manera. ,er,ado, me siento, y con razón de tal sentirme mermado? Si sí, entonces algo no sin alguien -y no pocos, incluso tenidos como expertos en algo- aventa (adoctrina) ascuas incendiarias para no pocas posibilidades positivamente humanas que serán malogradas y que malograrán mucho a no pocos.



Consideremos ahora estos predicados:

  • Inculcar buenas ideas (por ejemplo de carácter ético, es decir circunscritas a algún quehacer humano).
  • Inculcar venerables tradiciones o costumbres.
  • Inculcar hábitos saludables.
  • ...
  • ...
  • Si inculco, entonces toda buena idea ya pierde su bondad, es decir beneficio humanitario (piénsese en grandes corrientes de pensamiento buenas en los textos que luego fueron terroríficas y horribles en la realidad a causa de brutales y estereotipadas inculcaciones y discriminaciones altamente sesgadas; o bien, contrariamente, si es una buena idea, entonces ésta no ha sido inculcada.

    Si inculcadas, aquellas tradiciones, entonces su venerabilidad está a menos de un paso de tornarse en objeto, medio y motivo de fanatismo, seguidismo, adormecimiento o cualquier otra sinrazón con la cual toda veneración queda reconvertida en humillación o miseria mental, y aún tal vez encubiertos; o bien hay tradiciones venerables y entonces no ha habido inculcación que las haya malogrado e impuesto.

    Si inculcados, los hábitos por muy saludables que sean, entonces me es difícil ver la salubridad de tales hábitos. Como mucho puedo apreciar, si media inculcación, a la pura mecánica, repetitiva y ya no consciente, de cualquier hábito inmodificable. Puede pasar por saludable a ojos vista, pero no para quien lo habita, aquel hábito; o, si es saludable de todas a todas, entonces no ha sido inculcado; ha podido ser libre y conscientemente considerado y, por ese medio y no otro, aceptado como conveniente, convincente, a mi persona y llegado el momento, de ser necesario, modificable.

Sigamos considerando, ahora estos otros predicados verbales, que seguramente nos sonarán algo extraños:

  • Adoctrinar buenas ideas. Suena algo extraño. Adoctrinar con buenas ideas, eso tiene cierto  sentido. Nos lleva a preguntarnos: Adoctrinar con buenas ideas, qué; adoctrinar qué.

  • ¿Adoctrinar venerables costumbres? Extraño. Adoctrinar con venerables costumbres, parece tener algún sentido. Pero adoctrinar ¿qué?.

  • Adoctrinar hábitos saludables. Raro. Adoctrinar con hábitos saludables. Mejor. Pero adoctrinar ¿qué?.

Una palabra que acude en nuestro auxilio para tal tríptica pregunta -y otras similares- es precisamente convicciones. ¿Para qué se adoctrina? Para inculcar “convicciones”. “Convicciones” entre comillas, para denotar que en tales “convicciones” nada hemos podido tener que ver por lo que se refiere a su elaboración. Están ya hechas y nos son inconscientemente, mecánicamente, ya allá por la infancia injertadas e indigestas quedando, aunque a ojos vista como naturalmente implantadas, y así , como si fueran cosa natural, cuelan como “convicciones”, incluso de muy buena calidad.

No niego el valor de tales hábitos, tradiciones, ideas.... Enfatizo su desvirtuación, sino sus nulos beneficiosa, en ser pasadas por el nefasto método de la inculcación o del adoctrinamiento, que se caracteriza por la nula, o casi, intervención del pensar y de la acción propio, es decir de la intervención en primera persona de toda, en lo posible, ella.

Y son aquella clase de “convicciones” las que me parece que mi otro amigo P puede referirse al decirme y contarme del enorme poder de la manipulación. Manipulación del poder y sus medios, del poder por cualquiera ejercido (no pocas veces en la más discreta intimidad) y no necesariamente del gran poder o de los grandes poderes que, ya se sabe, también.

Y una salvedad final a modo también de consideración. Antes he mencionado lo raquítico de las convicciones en la actualidad. No que no las haya (a las entrecomilladas me refiero), y muy arrraigadas y muy extendidas, por cierto; pero ese raquitismo consiste en las muy escasas convicciones  de propia elaboración existentes.

¿Qué es aquello comunmente arraigado que de manera incondicional y sin cuestionamiento ni consideración previa alguna se da como respuesta afirmativa, no pudiendo ser dada tal respuesta de otra manera que inmediatamente y, aun antes de ser dada tal respuesta, ya deseosa en ella, ansiosa, nos hallamos prestos a actuar ya en consecuencia a tal deseo de respuesta premeditada y anhelo para conseguir sus logros aunque sea, y ello no pocas veces, tal afán sin consideración humana alguna cuyas consecuencias de las acciones involucradas en ello agraven al otro, bien sea ese otro ajeno o próximo? En las respuestas a esta pregunta seguramente que encontraríamos el poderoso y devastador efecto de algún que otro adoctrinamiento; finalmente, y dramáticamente, hecho patente, como si se tratare del efecto de numerosas e invisibles termitas que hubieran ido mermando los elementos (de otra manera constructivos) de nuestras sociedades.

Yo a tal pregunta hallo estas respuestas:

  • El afán por los medios cuya sobrevaloración hace que queden transmutados a fines (Pongamos por ejemplo la sobrevaloración, con su correspondiente afán, del dinero, se tenga mucho o poco o casi nada).
  • El afán, incondicional, por la inmediatez por tantos medios promovida, en adquisiciones, convengan o no, de índole material, novedoso y pasajero.
Así las “convicciones” imperantes me resultan ser:

  • Siempre más (porque sí, sin más).
  • Nunca luego ( quiero ya ahora).
  • Mío ahora, pueda o no, lo último en aparecer.

Si los participantes en este juego no han desistido seguiremos de alguna manera juntos. Ahora toca cara a cara con mi amigo P.

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