ADOCTRINAR XXII


Cuando mi amigo contrincante en el juego dice manipulación lo hace -y yo así lo escucho- refiriéndose a su poder, al poder de la manipulación. Al poder que tiene sobre la conducta y otras manifestaciones humanas –cuyas previas íntimas están merced a la inculcación ya jugada con J en anteriores jornadas de nuestrto juego- . Y también, menciona él, la vasta extensión de su dominio. Parece que cubra toda la Tierra, afirma P. Mejor dicho, nuestro mundo, por diversificado que: El único humano.

En un reconocimiento de responsabilidad, exenta pero toda culpabilidad (ámbitos internos que habría que diferenciar siempre), uno puede pensar -y así muestro a P- que el poder se manifiesta en alguna debilidad. En nuestro caso en una debilidad nuestra. Debilidad que mientras que no sea -o en la poca medida que lo sea- reconocida, la manipulación se instala y crece exponencialmente por sus dominios; lodicho, el mundo, nuestro humano mundo, distinto del físico.

Al poder se le suele admirar por el lado de su fortaleza y sobretodo grandeza, e incluso de manera del todo indiferenciada. Casi nunca por el costado de la debilidad por donde él se ceba. Claro está que cabe considerarlo también por la vertiente de sus realizaciones, diferenciándolo de sus descarnados abusos. 

El poder lo que hace es vencer resistencias o pasividades, según nos refiramos a lo creativo con lo aparentemente inerte y material o a la vivo y personal con actividad y voluntad propia; aunque en el caso de la manipulación se trata de una voluntad, de un querer decaído, manipulado, de un querer que sin dejar de ser propio de uno está muy predominantemente orientado desde la exterioridad, con el correspondiente y previo olvido de uno mismo.

¿Y cuál pues nuestra debilidad? La pasividad (lo nuestro, cada cual sabrá, inerte). Esa pasividad a pesar de tanto activismo como podamos llegar a manifestar. La manipulación aprovecha y se aprovecha de nuestra inercia impensada. De nuestro trato dado, cada cual a sí mismo y a otros, de materia inerte aún sea plena de puro activismo aparente. Y en ello, en eso inerte -que no es fuerza menor- mio y tuyo y suyo, la manipulación “crea” sus imperios, sus poderosos imperios.  La manipulación impera por y para nuestra debilidad.

Sugiero pues a P quedar advertidos del poder de manipulación desde nuestro punto de vista, que es el de débiles manipulados. Y hasta me atrevo a mostrarle esta otra carta: Que incluso el manipulador es un ser escrupulosamente manipulado. Tal vez con la diferencia que él domina a base de una “buena” formación al servicio de tal finalidad. Dicho una vez más: afectivamente financiada, tal formación, por nuestra debilidad; y coadyuvado, el de tal modo formado, en todo momento por no pocas situaciones ya dispuestas potencial o efectivamente a servir de medios de manipulación.

Para nuestras restantes partidas a estos medios y situaciones les llamaremos con un nombre genérico, así: Superioridades. E insisto así podemos llamarlas por ponernos y estar nosotros en inferioridad de condiciones queridas - y a menudo  ni tan siquiera advertidas como submisas-. Quiero decir, queridamente inadvertidas. Vaya usted a saber por qué particulares motivos de cada quien.


Justamente toda manipulación está al servicio, entre otras labores de derribo, del mantenimiento de esas nuestras inadvertencias y dedicada a la potenciación de nuestra inferioridad a su modo conformada, y también de una o de otra manera por cada cual aceptada.

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