ADOCTRINAR XLIII






Hannah Arendt (1906-1975): El objetivo de la educación totalitaria no ha sido nunca inculcar convicciones, sino destruir la capacidad de formárnoslas. Ésta ha sido la cita lumbre que ha caldeado nuestras jugadas a lo largo de buena parte del invierno, nada riguroso por cierto en las latitudes en que nos hallamos. Le hemos echado leña, al fuego de estas palabras. No la hemos tratado, a esta cita, de manera laxa.





De manera laxa llegamos a admitir el término educación. Así de tantas maneras que incluso queramos otorgarle significación aún en el centro recalcitrante, calcinador y destructivo de algún régimen social totalitario, (hemos puesto bajo sospecha de tal tipo de régimen al nuestro, es decir al económico, el nuestro no es tanto el político, religioso, monárquico… aunque tales cortos no se queden sirviendo, potenciando, al predominante régimen). Hemos destacado que aquello a lo que se refieren el sustantivo educación y el complemento que en la cita lo adjetiva, totalitaria, se dan de bruces uno contra otro para perder, tras el impacto, toda significación que antes del encontronazo pudieran tener ambas palabras cada una por su lado. Si educación se refiere a capacitación y totalitaria no puede significar más que destrucción de las muy diversas capacidades humanas de iniciativa y realización, sobre todo las que están en ciernes; entonces ambas, capacitación y destrucción, indicando una primordial capacidad humana, la capacidad de formase convicciones, se sigue que educación y totalitaria no pueden tener más que, juntas, carencia de sentido de realidad más allá de ser solo palabras yuxtapuestas. Así pusimos en tensión a estas palabras de Hannah para que perdieran su posible laxitud y recobraran la firmeza que se merecen y que merece el juego de nuestra reflexión.





Pero no solo en este par de vocablos hallamos motivos para dar temple a la lectura de nuestro corazón acercado a la cita. Anotamos también luego algo parecido respecto a una palabra verbal también complementada no de otra manera que no puede ser más que, entre las dos, verbalismo; es decir palabras sin consistencia más allá de ellas mismas: Inculcar convicciones, si estas han de ser formadas no cabe, aunque en cierta manera sí (por imposición), que éstas, las formadas, nos sean inculcadas. O las formamos o las ya formadas nos las inculcan si no media personal formación alguna por nuestra parte.





¿Qué hacer pues con tanto como recibimos y ya tenemos inculcado y con tanto que nos entorna, asedia, que se nos entromete y inmiscuye persistentemente? Derretirlo con el ardor vivo de nuestro particular pensamiento por sentir qué, de entre tanto prejuicio incorporado y pululante , se nos mantiene en condiciones de nutrir, mejorar y desarrollar la fortaleza de nuestra capacidad de formarnos convicciones y así devolver o crear de nuevo lo que es de los medios al ámbito de los medios y lo que nos es fin (tu, yo, nosotros, cada cual) no sea por nadie ni por nada (institución, organización…) manipulado como si solo fuéramos medio, servil, útil, cacharro doliente de usar y tirar, rendidos mayormente al usufructo ajeno.





¿Qué hacer pues, era la pregunta? Aquilatarse, aquilatar la propia dignidad y la ganga derretida indigesta de nuestra posible felicidad evacuarla. Eso puede facilitar, activa o pasivamente queriéndolo o no, eso mismo en el otro (de quererlo él). O al menos no entorpece o paraliza su dignidad, que eso es la dignidad, lo libre de ganga.





P vacila en tomar cartas al hilo de lo jugado y se dispone a cavilar.






https://youtu.be/yTPTI38yWX0

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