ADOCTRINAR (XLVI)






Cuatrigésima sexta sesión de nuestro juego. En él se han ido balanceando un par de sentidos opuestos, o si se quiere, un sentido y un sinsentido. En todo caso prefiero la consideración de un par de contrasentidos que están, entre sí, en juego. Tal vez, ambos, intercambiables para algunos, según quiera quien sea y lo que el tal quiera que sea. Yo quiero el y lo sentido, encontrarme siempre que pueda con aquello que lo es y aquello que lo tiene, de sentido. Y ampliar en lo posible - siempre por conocer y cognoscible, lo posible mío – el sentido y el sentir, que no sean solo, mis sentimientos, algo inmediato. Que las ramas no impidan la visión del árbol parte subterránea incluida, ni el árbol la visión del bosque entero, ni quedar obcecado yo en un único bosque. Nada de lo dicho por mi en cada jugada ocurrida puede tener sentido a no ser por la libre consideración, mi libre disposición y por la libertad misma, no otra que la que yo he ido haciendo en, y con, mi vida según posibilidades y oportunidades. La libertad es un quehacer como mínimo particular, como máximo, colectivo. Desde mi perspectiva no parece que el sentido no sea o haya desaparecido en las palabras de J y P. J y P consideran que nada de lo manifestado por ellos en las anteriores jugadas tendría sentido si la libertad fuese, si ésta tuviere lugar o, mejor, se hiciera lugares, espacios de amplitud en el quehacer de lo humano. Luego mantienen que el sentido de su decir es, se da, existe aún no siendo la libertad. Todavía no deja de ser el sentido, eso sí en su mínima manifestación, entre los efectos, devastadores, de la inculcación y de la manipulación (como briznas de hierba en campos yermos). Desde mi ángulo de audición (mejor que el de visión) puedo percibir que sus palabras son en contrasentido a las mías, lo mismo, por tanto que las mías lo son respecto a las suyas. Podría considerar que las suyas son, respecto a las mías, palabras sinsentido, por tener, las mías todo el sentido. Sin embargo dado el enorme caudal de adoctrinamiento y manipulación que nos acucia e invade no lo son, un sinsentido. Sus palabras apuntan a eso, tienen ese sentido, el de referirse al adoctrinar. Aunque no tienen el sentido de libertad. Además si así las considerase, un sinsentido, nuestro juego no hubiera podido tener lugar, o no hubiera durado más que un escaso momento de una única jornada. Cosa esa no querida por ninguno de los tres que, recordemos, pretendemos, J, P y yo, representar, exentos de toda modestia, a la humanidad entera en nuestro juego (nada nos impide o debería impedir jugar de esta manera); o, con algo menos de inmodestia, representar a quienes hayan querido participar escuchando las jugadas mediante su personal lectura y posterior reflexión; seguro que bien distinta, ésta, de la que aquí, en estas crónicas va siendo reflejada.





Referido al sentido, dicho sea de pasada, puede ser un ejercicio útil jugar, de vez en cuando, a percibir qué absurdo hay tras aparentes sentidos socialmente consolidados y tratar así mismo de percibir si tras, o en, algún reconocido absurdo late el mejor de los sentidos erróneamente sancionados como absurdos.





Un par de contrasentidos se baten pues en nuestras jugadas merodeando un concepto pretendido: el de adoctrinar, al que tendimos un puente para alcanzarlo con las acepciones del vocablo inculcar. A eso merodeado lo hemos advertido mucho más en el como que en el que. Escogimos un ejemplo de enseñanza-aprendizaje muy poco sospechoso de poder ser adoctrinado y por tanto ser doctrinario (aquel aprendizaje de las cuatro operaciones aritméticas de la enseñanza primaria).Y atendimos a la posibilidad de que así, adoctrinando, a pesar de toda su aparente inocuidad, fuera, tal contenido educativo, enseñado. Claro que hay contenidos culturales tomados con pretensiones de ser educativos tan férrea e inalterablemente trabados que difícilmente podría uno, o cualquiera, penetrar en ellos y salir, caso de poder, doctrinariamente indemne. Sin embargo estos mismo contenidos tomados con precauciones propias de la libertad (ejercicio propio de uno y del propio pensar) pueden, tal vez, ser reconocidos como de propia producción no más que humana temporalmente vigente y relativa a épocas históricas, y así, recuperada su autoría, poder identificar y discriminar aspectos que puedan ampliar, de quererlo uno mismo, el margen de nuestras perspectivas y posibilidades positivamente humanas, es decir formativas en pro del desarrollo humanitario (eso, por ejemplo de “lo que quieras como bueno que hagan contigo, hazlo tú también con los demás”, pongamos como ejemplo a un, u otro, refugiado o inmigrante desposeído de todo o casi).





Colindante a inculcar hemos puesto oído al parche ensordecedor de la manipulación. Ahí hemos podido atender más a un cierto contenido, un que, que al como de la manipulación (innumerables son sus maneras). La manipulación es una soberbia tergiversación, la de dar valor de fin a los medios (con supremacía al medio dineral) de los cuales debemos necesariamente servirnos y la de menospreciar profunda y hasta imperceptiblemente (muchos son los anestésicos tenidos al alcance) al fin en sí mismo que cada cual es en ese interior neurálgico que percibimos o podemos percibir como de suma valía por el simple hecho de ser y que tratamos de identificar y decir con la palabra dignidad… vulnerarnos otorgándonos el, comparativamente, miserable valor de cosa, utensilio, recurso, medio, por uno mismo puesto a entera o máxima disposición de aquello que, de manera tan tergiversada, siendo medio lo sentimos y vivimos como fin último y primero. Manipulación es esa especie de transmutación con la que podemos in-y-a-fligirnos.





Así que, jugando jugando, nos hemos ido percatando de las notas o atributos principales de nuestro concepto buscado: inculcar, a la manera aquí tratada y manipular según su contenido que mencionamos como tergiversación o transmutación que las múltiples maneras de manipular logran malográndonos.





Y para que inculcar y manipular no fueran como piezas sueltas sin formar concepto alguno nos hemos valido de aquello a que nos referimos con el término convicción, escuchando con extrema atención y mucho cuidado a su ambigüedad, que tanto puede estar apareciendo en el más recalcitrante de los doctrinarios como en el más libre pensador-realizador. Nosotros le hemos dado un leve toque inclinándola – a la convicción me refiero - más bien hacia el lado de nuestro activo fuero interno. Convicción, aquella que podamos formarnos y poniendo mucha atención a aquella otra que ya nos viene pre-formada y de tal manera inculcada, no sea que las pertenecientes a ésta última, que nosotros hemos entrecomillado, nos queden enquistadas por no intervenir cada cual por sí mismo con su propio pensamiento y desarrollen, aquellos tumores actuando por su cuenta y con nuestra venia, sus efectos altamente perturbadores de la mejores relaciones, personales, sociales o institucionales, posibles.





Hemos procurado, en todas las jornadas jugadas, tratarnos como lo que somos, es decir como fines; de muy distinto valor que el fluctuante, o en lo mejor, incremental, del mercado de los medios. Hemos querido apuntar, de contínuo, hacia una muy valiosa capacidad nuestra, de cada uno en particular: la capacidad de formarnos convicciones (capacidad ésta que cualquier sistema totalitario se carga, destroza) más bien inclinadas, por nuestra libertad, a nuestra particular y singular dignidad, que no conoce exclusiones aunque sí multiplicidad de relaciones distintas y en espera activa de las que aún están por ser.






https://youtu.be/Nv2GgV34qIg





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