ADOCTRINAR (XLVIII)






A lo que las cosas son se puede arribar por lo que parecen ser. Al más mínimo giro que damos a contracorriente percibimos no pocos pareceres. Giros de vueltas a uno mismo, que esa es la contracorriente, lo percibido son una buena muestra de pareceres comunes. Y unos de muy especiales, por cierto. Pero con o sin mi permiso, por virtud de habitar en mi esos pareceres, he de admitir que son más míos que de cualquier otro que no sea yo, independientemente de que él también los tenga, muy parecidos sino iguales. Tal vez no les haya dado yo cabida conscientemente, por yacer ahí, en mí, antes de tiempo. Del tiempo en que yo haya podido, y querido, discriminar entre pareceres para concederles a algunos el carácter, y trato, de propios por hacérmelos míos, algo de mí, míos. No obstante tanto si propios como si impropios, aquí están, iterpelándome porque así yo, un interlocutor válido de mí mismo, lo quiero. A los prejuicios, estrictamente a los míos, me estoy refiriendo.





Todos ellos tienen un origen y una procedencia humana. No en ningún otro ámbito que el humano han podido ser generados. Algo pues, en un sentido máximamente amplio, para y de mí tienen; no me son absolutamente extraños, soy receptor, también yo, humano de prejuicios. Ahí, por ellos junto conmigo, hay algo que decir.





Por esa incidencia y coincidencia, puedo, respecto a ellos: o aceptarlos o rechazarlos. Y ello solo puede ser posible a sabiendas, acerca de ellos de manera concreta, por mi propia iniciativa y encuentro. Y si la aceptación, entonces ésta puede ser en dos sentidos. O aceptación dejándolos como lo que son, prejuicios, y así contribuir yo a su incremento y extensión; o aceptación en tanto que al ser verificados según mis posibilidades hallen, y encuentre yo en éstos, un reconocimiento en sentido dignificante, es decir que pueda yo aún más abundar en mi dignidad (tal vez pueda desactivarlos del forcejeo con que fueron introducidos, librarlos de su “como”); como siendo, esos prejuicios, un eco de mí mismo no percibido antes de mi clamor de lo mejor o de algo mejor, particular o colectivamente; aunque, y precisamente por ello, por mi clamor callado, despojados de su impositiva inercia inconsciente. Puede incluso ocurrir también que frente a prejuicios sea yo quien realmente los tenga, a causa de negligencia por no haberlos considerado. Cabe pues y conviene discernir. No pues ya, a causa de discernimiento, aquellos prejuicios siendo tales, si los reconozco como eco de mi mismo, habiendo sido separados de sus maneras impositivas a causa del influjo ocasionado por el razonamiento mío en orden a mi deseo de querer de mí mejoras. Es decir, haber sido despojados de su poderosa influencia inercial hecha a pretendida conciencia (realmente generados y puestos con no poca inconsciencia).





Por otra parte los hay, de prejuicios, que con solo virar contracorriente, lo que quiere decir adentrarse cada cual en sí, zozobran y se desploman por su propia inestabilidad, ya que nunca tuvieron apoyo alguno en alguna información de carácter ampliamente veraz. Siendo la forma de tal veracidad el sostén y el incremento en la percepción de lo básicamente común a todo humano: la dignidad humana, de la que cada cual tiene tal vez no pocas pruebas indirectas y propias cuando aquella nos ciega íntimamente por su dolorosa ausencia, impedida por algún factor externo o interno, propio, así mismo de procedencia humana (los obstructores de derechos humanos o los generadores de tratos denigrantes, a veces generados no más allá de uno mismo, en y por nuestra propia conflictividad). A ese factor de factores podemos llamarlo genéricamente con el sustantivo manipulación. En esa clase de prejuicios quedan incluidos aquellos mansamente aceptados, aunque también resultan ser, si así se quiere, los más fáciles de detectar y por tanto de rechazar. Otros han sido revestidos con muchas capas de sutileza y de muy diferente índole. Muy difíciles de detectar, éstos. Para lo cual, para el quehacer de su detección y consecuente liberación de ellos, tenemos toda la vida.





Los prejuicios suelen ser lo que no parecen, suelen presentarse y aparecersenos con un bello o legítimo o muy noble disfraz de buena, incluso la mejor aunque en menosprecio de otras partes, humanidad. Son lo que no hay, de constructivo; pero son, ejerciéndonos gran poder de no poca extorsión, más bien mucha, y destrozo de nuestra - nuestra, en sentido estricto, sin reducciones – común, que a la vez y especialmente no puede dejar de ser particular, dignidad.






https://youtu.be/qOcvQ7sApRw

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

BENEFICIOS (8)

BENEFICIOS (7)

ADOCTRINAR XXIX