VERBALISMO



Recuerdo, del periodo - previo, pues uno es en la vida que se va formando sobre el terreno, aunque no solo prácticamente - de formación como maestro, algo que yo me tomé, creo que seriamente (en el buen sentido de la palabra), como una especie de advertencia, válida, me parece a mí, tanto para la profesión como para la vida, si es que ambas cosas puedan separarse, que a mi me parece que en cierto nivel de la persona, no. No pueden separarse, porque ¿Qué de lo vivido por uno puede separarse de la propia vida de quien la, y lo, vive? Evidentemente, pregunta retórica. Sin embargo creo que a otro nivel, no menos personal,  sí conviene hacer sanas distinciones a fin y efecto de no vivir, precisamente, en un grado nocivo, contraproducente, de confusión. Lo advertido, o al menos así tomado por mí, resultó de verificar, durante aquella clase de psicología educativa, cuanto verbalismo pulula por nuestras cabezas. Entendiendo por verbalismo a todo contenido educativo supuestamente aprendido y supuestamente sabido. El énfasis se puso, en aquella hora de clase, sobre el “SUPUESTAMENTE”. 

¡Cuanto de cuanto hablamos y decimos tenemos muy escasa idea y aún tal vez más escasa, si cabe y parece que quepa, comprensión! Entre otras muchas cosas, una enseñanza (mejor, educación) de calidad lleva el distintivo, nada visible pero sí notable, de esta cautela: La de verificar en uno mismo, y por tanto favorecer o no estorbar en lo posible su fomento en otros, la significativa comprensión de cuanto se supone saber y cuanto, con mayor sentido realmente se sabe. 

Éste es un toque de atención (no presión, ni manipulación, ni tan siquiera seducción, eso lo menos todavía) venido de lejos. De Sócrates, concretamente, que fue condenado por pervertir a la juventud; siendo esa perversión la de promover el toque de atención para la vuelta a uno mismo, por comprobar, in situ, es decir en el propio corazón, qué de conocimiento, entre tanto sofismo suelto (equiparable a verbalismo del que tanto abunda en el presente), realmente uno contenía. Con lo cual, el regreso a sí, al término era el de experimentar, lo primero, el enorme desconocimiento que de uno mismo se tiene. De ninguna manera Sócrates enaltecía la ignorancia, como a veces se cree, sino que invitaba a ese encontronazo, luego revertido y experimentado como relativamente amable encuentro, de ese tan importante desconocimiento, a partir del cual uno puede ir a… ¿A dónde? ¿Al encuentro de que algo o alguien diga de ti y a ti que, quien eres y como has de ser? ¿A la imposibilidad o incluso inutilidad de tal conocimiento de ese desconocimiento? ¿A procurarse mejores atenciones, aceptaciones, sintonías, acordes y más inteligente comprensión de uno mismo, ofrecido ello a sí mismo (así resulta ser de quererlo) mediante la personal y pensada integración de cuanto de bueno pueda ofrecernos la cultura no menos que las culturas en que vivimos y somos?

En aquella ocasión el énfasis se puso en SUPUESTAMENTE, hoy me ha parecido ponerlo en lo que puede querer decir, entre otras notas, SIGNIFICATIVAMENTE.

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