ADOCTRINAR (IX)
Vuelve a amanecer y sobre
el tapete aún las cuatro cartas de mi amigo J:
¿Hay
algo que no nos haya sido adoctrinado?
¿Qué
sabemos que no se nos haya sido inculcado?
¿Acaso no hay un ya todo sabido desde siempre que sólo espera que se le de lumbre
encendiendo, comadronas y ayos interesados, nuestro saber reminiscente y que ello no sea más que pura doctrina?
¿Acaso
no nos rendimos todos juntos a sabiendas o no -ignorantes o convictos- a lo ya puesto -impuesto por tanto- casi ahogados en un
oceano de prejuicios del que apenas si podemos sacar cabeza?
Pensemos
en estas cartas. No sin antes hecernos presente el principal sentido
de nuestro juego. Pretendemos hacernos con un concepto: El de adoctrinar.
En general en eso que se pretendemos no ha de haber ganador alguno y,
concretamente, en la ganancia para sí de algún concepto, que es lo que se pretende, tampoco uno
será el vencedor (o todos los participantes ganan o ninguno de ellos
lo hace). Podría ser que en este nuestro juego nadie, o nada se, gane:
hay ciertamente probabilidad de ello. Por otra parte si alcanzáramos
aunque solo fuera una débil noción, cada cual la suya, de lo que
andamos jugando, entonces todos ganaríamos algo: dijimos que una
cierta orientación práctica en esta miasma y tergiversación
interesada y actual del término adoctrinar en juego, que así mismo juegan otros jugadores que yo me huelo muy tramposos en el manejo de nuestra
palabra, por nosotros, puesta a jugar: ésa, la palabra de
adoctrinar... que queremos convertir en término, es decir en
la palabra de un concepto referido a sus atributos o notas
definitorias -nunca definitivas- principales.
En
este sentido, como habiendo exprimido el jugo en una síntesis procedente de un par de frutas
jugosas, ya disponemos de un buen vaso con ciertas notas de eso que queremos concebir. Adoctrinar es,
tendente al máximo posible incluso con pretensiones de alcanzar lo
imposible y con no pocos logros ya alcanzados,... adoctrinar es
reducir a mi y a cualquiera el máximo de mi capacidad para formarme
y formarme para la contribución, propia y ajena, en la sana
elaboración de constructivas convicciones. Se nos hizo ésto actual y
patente gracias a la revisión de las diferentes acepciones de otro
verbo aledaño al de adoctrinar, inculcar, que
emparejamos muy íntimamente -en mi caso en mí mismo por asociación
de ideas sentidas- con aquel verbo, actualmente muy activo en tantas bocas: adoctrinar.
La síntesis arriba recogida y el tratamiento dado a la cita de Hannah Arendt, son, aventuro, mi mejor baza para hacer frente al amigo adversario en este turno y momento del juego.
Para empezar. Cuanto él pudiera afirmar, yo, para poderlo
jugar como pensamiento, lo llevo al terreno de la posibilidad. Cuanto
él cuestiona yo lo admito como afirmativamente posible (sin decir
que sea real ni imposible que lo sea). Sí, podría ser que todo
cuanto inspira nuestra persona (sentimientos, incluso emociones,
ideas, pareceres, relaciones y acciones) no fuera más que resultado de
adoctrinamiento y toda nuestra persona no fuera más que encarnación
doctrinaria y, por ende, todos nosotros doctrinarios empedernidos a más no poder, aunque
sin tener inmediata consciencia de ello (de ahí la necesidad de ejercer pensamiento).
Esa es mi posición frente a J en la que empezaré
con algo muy poco sospechoso de implicar adoctrinamiento alguno, para
imaginar en ello situaciones en las que por pocas sospechas que sobre tal puedan recaer, aún y así acabaría implicándolo (al adoctrinamiento me estoy refiriendo).
Pongamos por caso la enseñanza y aprendizaje de los
procedimientos para la realización de las cuatro operaciones
aritméticas básicas. Contenido procedimental poco sospechoso pues
parece no poder contener, ni ser ello, artículo de creencia alguno
dada su amplia utilidad y certeza indudable en los resultados
alcanzados por aquellas operaciones. Con ese ejemplo, y una
infinidad más de tal tipo que se pudieran poner, podría uno llegar a pensar
que no hay adoctrinamiento posible sin doctrina o contenido
doctrinario que lo acicate. Sin embargo yo pretendo sostener que lo
doctrinario nocivo (achicamiento de la persona en sus más relevantes
capacidades posibles) reside, cauteloso y silencioso aunque sumamente destructivo, en los “comos”
más que en los “ques”.
Entonces ¿Cómo podría aquel inocente procedimiento
de la aritmética más elemental llegar a ser adoctrinamiento?
Queriendo ser inculcado fuera de tiempo, a la mayor antelación posible
llevado ello a cabo por alguien que se le ocurriera enseñarlo de tal
(mala) suerte. ¿Cómo más? Imponiendo reducción centrada
estrictamente en aquel procedimiento de cálculo elemental; es decir
adiestrando tan solo, es decir enseñando la mecánica y tan solo la
mecánica, los algoritmos, sin posibilitar oportunamente mayor
inteligencia en el aprendiz (disculpen la palabrita, pero es que a mi
me gusta y con ella no echo al olvido al sujeto, siempre estimable,
del aprendizaje); es decir, que solo contar y calcular pudiera la
chavala o el chaval (o adscripción sexual o falta de ella que se
quiera); contar y limitadamente calcular incluso sin posible
aplicación alguna, más que la de “grafiar” números de una
manera determinada sobre algún soporte material (en general y en pocas palabras: prohibido pensar por sí mismo). ¿Y cómo más? O
contrariamente mostrándole al aprendiz un solo y único camino
relacionado con aquellos primeros procedimientos de cálculo básico,
camino en el y por el que pudiera llegar a ser un eminente calculador
diverso e infinitesimal o infinito en no pocos terrenos de la vida pragmática... pero
exento de humanidad (esa sí de múltiples caminos hechos, deshechos
y por hacer) alguna.
Generalizando pues ¿Dónde cabría hallar más y
mayor proceder y caudal de adoctrinamiento según la multitud de
ejemplos que entre todos los participantes de nuestro juego
pudiéramos aportar? En la extemporaneídad (enseñar o querer
aprender antes del tiempo de quien aprende lo que puede y quiere
(desee) aprender. En el reduccionismo operado por la enseñanza
en el enseñado de muchas posibles maneras, no pocas de ellas, si no
la mayor parte de veces, sin tener consciencia de ello. Y en la
escrupulosidad única y unívoca ahincada en una sola
vertiente, por inmensa y admirable que sea, de lo humano (lo solo válido de verdad es el economicismo y sus fines siempre justificando cualquier tipo y de cualquier manera los medios a él subyugado)
Cultivando en terrenos ajenos y contrarios a los
compuestos y delimitados por lo anterior, adoctrinar presumo que sería
una mínima y debilitada acción y posibilidad. Incluso tal vez y tan solo un verbo
en desuso. Y ello ya es así en la medida de ese otro cultivo, cuyos
meritorios y silenciosos cultivadores no cesan de bregar día y noche entre nosotros.
Cabe pues poco adoctrinamiento en lo oportuno y mucho
en el oportunismo. Cabe poco adoctrinamiento en la amplitud que
incluso mira a lo inédito (no poca característica esa de lo humano)
y mucho adoctrinamiento si se marcar (inculca) un solo camino aunque este sea de
lo más excelso, imaginable o real... siendo de lo más pecuniariamente
glorioso y deslumbrante.
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