ADOCTRINAR (IV)




En la anterior mano de nuestro particular juego acercamos el oído a una palabra: Inculcar. Descendimos por los peldaños de sus acepciones ejerciendo cierto análisis sobre ellas... para hallar y hacernos con una síntesis aplicable a nosotros mismos. ¿Qué tienen en común todas aquellas acepciones? El sumo aprieto y la máxima ausencia del íntimo y noble ejercicio del pensar personal en primera persona tanto del singular como del plural. El inculcado y el inculcador no ejercitan, por nada del mundo, su propio pensamiento. 

Ahí va la síntesis en su mínima expresión: Inculco, luego adoctrino. Y podríamos, por amor a la mayor amplitud posible, declinar todo este presente indicativo: Inculco, por tanto adoctrino; inculcas, luego adoctrinas; inculca, luego adoctrina; inculcamos, por tanto adoctrinamos; inculcais, luego adoctrinais; inculcan, adoctrinan. Todo ello dicho, por mor al pensamiento de cada cual, de manera condicional: Si inculcación, entonces adoctrinamiento. Si no, entonces posiblemente, no; es decir que puede no sin más acontecer alguna que otra genuina convicción.

De acuerdo, los habrá que tengan para sí, tal vez de manera impensada, que eso de inculcar, para que sea propiamente un sinónimo de adoctrinar, dependería de aquello o de lo que sea inculcado. Esta partida la jugaré, llegado el momento, con mi amigo J, que ve susceptible de adoctrinamiento cualquier contenido cultural. Por cierto que a nadie se nos escapa el terreno sobre el que la mesa de este juego está asentada: Es, claro está, el educativo, el formativo y el transformativo de nosotros, seres siempre cambiantes o muy susceptibles de ello (y en ello vamos siendo predominantemente en unas cosas y dejando de ser predominantemente en otras).

Volvamos al juego de palabras reunidas en nuestra cita -que es la de Hannah Arendt- con el fin de destacar lo referido por algunas: El objetivo de la educación totalitaria no ha sido nunca inculcar convicciones, sino destruir la capacidad de formárnoslas.

Tengo leído -y guardado creo que en un vago recuerdo- de esta pensadora (me agrada más el genérico pensadora que el de politóloga, socióloga...) que ésta llamaba mucho la atención sobre algo que a todos nos constituye en mayor o menor medida... más bien en mucha medida, comunmente: Los prejuicios; que ella consideraba de vital importancia, concretamente su aceptación por parte, digamos, del desinteresado y propietario de los mismos... porque si uno no se da cuenta o no quiere darse cuenta de las enormes piedras propias en su propio camino ¿Cómo puede llegar a desarrollarse y formarse uno mismo como persona humana? (Interpretaba yo de lo leído).

Y con aquel sesgo, el de mis propios prejuicios, es que leí, primeramente, esta cita. De esta manera: No por el lado del como sino que por el del que (minado de prejuicios como éste suele siempre estar). Me explico (o pruebo de hacerlo): El totalitarismos, ese afán enfermizo de unidad y no de unión o de relaciones tendentes, las relaciones, a ser mejorables en lo posible; ese afán, ¿Cómo va a poder inculcar convicción alguna de carácter relacional y de creciente riqueza humana y humanitaria en su único afán impositivo y uniformista? Imposible. Sin embargo ésta no es la cuestión. Insisto. En el momento de nuestra partida hasta ahora jugada, la cuestión, para mi temible, de adoctrinar está en el como: inculco, adoctrino. Y no está en el que: Cualquier que en mi inculcado , en mi incrustado, no importa si noble o bello, interesante o lo que se quiera que sea, encierra, potencial o actuante, el siempre inquietante, aniquilante (anihilante) adoctrinamiento que buscará, como verbo que es, la acción, militante extensa o íntima doméstica, no importa.

Una segunda consideración vuelta a la cita la siento como más adecuada a lo que creo que es el espíritu de estas letras. Dos términos, en su significar, se contraponen nítidamente. Se repelen, y por tal oposición aportan claridad (cosas del contraste). Esas son las dos palabras: Inculcar y formárnos(las). Son términos, en su sentido, excluyentes. O una cosa o la otra. También en el texto palpita, inadvertido, solapado, un eufemismo que dice así: La educación totalitaria... esa, si totalitaria, no es educación, es manipulación de las mentes. Jugaré, cuando llegue el momento, esta correspondiente partida de toda la jugada con mi amigo P, cuyo temor y temblor suyo es conmovido por la demasiada poderosa manipulación, que de manera más bien sutil puede tomar apariencias educadas e incluso asumir en enorme medida velada el papel educativo. No, los regímenes y anhelos totalitarios destruyen capacidades , especialmente la de formarnos, dando en el blanco destructivo, que no educativo, de conseguirnos  y tenernos yermos de convicciones.

Sugiero, ahora, una lectura inversa del texto citado. Una que vaya de abajo a arriba: No diría yo que abundamos y nadamos, en nuestra sociedad, en una época de convicciones que cada cual y en conjunto se y nos hayamos formado por la principal de sus vías de acceso: la reflexión personal hecha en primerísima persona. Lemas y frases cortas y aun entrecortadas ajenas a contextos tenemos en abundancia creciente... y gozamos de una labilidad tal que toda formada convicción si es que ha visto la luz se nos derrite entre los intersticios de nuestro, el de cada uno, corazón. Subamos por la escalera de caracol en la que imagino la cita. Nos conduce a este rellano: ¿En qué régimen totalitario que pretende tergiversar la educación estoy metido? Perdón, estamos. Mmmmm... no unos cuantos, sino que mundialmente. ¿Estamos presos de patas en él? Y si, sí ¿Cual su nombre?

Seguirá la jugada.


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