ADOCTRINAR (VI)
En el trayecto de ida y vuelta al lugar de nuestro juego se me figuro una versión del mito de la caverna de Platón.
Cueva
adentro adheridas a las paredes del fondo titilaban sombras que se
adivinaban humanas. Aquellas no eran otras que las de sus habitantes.
Allí, en aquel lugar, no más lumbre que la del suelo a duras penas
mantenida rama a rama. Entre todos no tenían otras miradas que a aquella
lumbre; o bien, quienes se atrevían a mirar al fondo, a aquellas paredes,
la humedad de las cuales les hacía de espejo deformante de sus propios perfiles:
No mayor realidad de sí tenían que aquellas sombras ondulantes e
intermitentes estirándose y contrayéndose en el fondo de la cueva. Tal vez, pero, en sueños había quienes los tenían diurnos y en colores (de muy alta
definición, diríamos hoy). Otros, bien seguro que los había
también, hacían el gran esfuerzo de girar la cabeza en
el sentido opuesto a todo aquello, y entonces, para ellos, la visión no sería más que una muy leve y por
lo pronto lejana claridad de otra índole que la acostumbrada. No eran estos últimos tan solo los pensadores, eran los despiertos;
si bien es cierto que en la práctica unos y otros venían a ser lo
mismo: una sinonimia en la práctica. Por tanto, los términos despierto y pensador los tendremos, para nuestros adentros como siendo sinónimos. Donde “en la
práctica” quiere decir aquí que el caminar de aquellos era según
la razonable consideración bien convencida (convicción) que de ninguna manera se excluían en su andar por la vida a sí
mismos; que no otra cosa era y aún es, aquella lleve claridad en sentido opuesto al transcurrir irreflexivo; por leve que
sea la propia luz del entendimiento, para esa capacidad de formarnos -no inculcarnos-
convicciones.
Muy
diferente puede que sea nuestra cueva. A la que pondremos nombre
provisional aún antes de ser verificada: Actualidad. Caso de haberla, cierta caverna, ha de ser extraordinariamente diferente. Nos parece, y es, nuestro presente, todo
otro mundo que el rememorado en el párrafo anterior. De ninguna manera tenemos oscuridad, nos decimos.
Luz resplandeciente por doquier. Lumbre fulgurante de leds y bits. ¿Sombras? ¡Ni una!. Todos de mil manera, y muchas más, espejados e imágenes de gran nitidez. La imagen, lo primero y último, el alfa y el omega de
nuestro cotidiano existir ha de ser la apariencia.
Ahora
bien nosotros hemos bajado algo la intensidad de tanta luz repleta de
imágenes radiantes. Lo estamos haciendo con la cita de una pensadora y con una metáfora, la de un cierto juego de cartas.
Le hemos dado algo de intimidad al lugar -hogar- de nuestros pensamientos. Y
así hemos advertido - y nos hemos inquietado algo- que dada tanta
escasez de convicciones por uno mismo o por nosotros mismos (no)
formadas, entonces tal vez estemos en una preciosa cueva, pero cueva
al fin y al cabo; la cueva esa tan repetida de un régimen
totalitario. Con lo cual deberíamos quitar el rótulo primero de
Actualidad para colocarle el de Mundo Financiero de Cierto Modo, que es el
prepotente y predominante en nuestros días (hace ya no poco tiempo).
Será
ahora el momento de continuar la partida con mi amigo J, que me -y
nos- reta a pensar en algo que no se nos haya sido inculcado, o lo
que viene a ser lo mismo adoctrinado. ¿Puede algo quedar libre de
adoctrinamiento? Cuando se dice aquí algo, hay que entender
algún contenido educativo, algo lo supuesto de lo cual sea para mi
formación, desarrollo o crecimiento en tanto que persona (que
quiera yo decir con la palabra persona sería para toda otra jugada,
por lo pronto la entiendo como la rica y compleja amalgama de cuanto
pueda ser y llegar a ser o dejar de ser yo, sin exclusión de nada,
con inclusión de todo lo que yo sienta, piense, haga o deje de
hacer, de lo conocido y de lo desconocido de mí; y donde digo yo
también puedo decir nosotros en el más amplio sentido de la palabra
que nos sea posible pensar: nosotros los humanos ).
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