ADOCTRINAR XXVIII






Dimos la vuelta a nuestro delgado tablero de juego. Sabemos que es transparente. Estamos en la zona de Convicción. Cara opuesta a la Manipulación. En ésta, Manipulación, como en el resto de su plano (Inculcación), aparece un amasijo de líneas más o menos tupido y embrollado. Todas ellas son impresiones que representan y aún inspiran los acciones de Adoctrinar. Por ser transparente nuestro inmediato soporte de juego parece que tales líneas también sean las de Convicción, sobretodo aquellas transparentadas como más despejadas, claras y distintas entre ellas. Nada más alejado de la realidad. El plano de Convicción está, en enorme medida, por delinear. Claro que podemos observar aquí y allá algún que otro punto y algún que otro trazo firme, hechos de y con convicción, pero la extensísima superficie que suponemos aparece, si no nos dejamos engañar, casi por completo yerma. Y ahí, en este, en realidad, vacío de apariencia repleta, es donde tiene continuidad nuestro juego.





Donde, o si, la manipulación es máxima, la convicción es mínima. Y en nuestro juego podemos imaginar a tal distancia entre Manipulación y Convicción como siendo absoluta, aún sea la extrema delgadez de nuestro tapete. Pues así apuesta mi amigo de juego. Recordemos: La manipulación es tal que todos y cada uno lo estamos, de manipulados; y tal Manipulación ejerce un enorme poder que nos maniata el cuerpo (orientados todos hacía un solo punto y nimio horizonte) y amordaza el alma; no hay acción, pensamiento, sentimiento y expresión verbal o escrita que no le brinde incondicional sumisión y además envueltos estamos en círculos luminosos manejados, combinados y extendidos a las mil maravillas siendo de esta manera todo luz y ofuscadora claridad.





No olvido -y he recogido- de P sus objeciones. Efectivamente, una convicción que ahora lo es y acto seguido deja de serlo, parece al menos caer bajo la muy seria sospecha de que jamás lo ha sido. Sin embargo una inflexible convicción cuasi eterna o eterna del todo y jamás quebrantable, hecha de una vez para siempre jamás, no escapa menos a la oscura penumbra de la sospecha de que lo sea. No es precisamente la invariabilidad nuestro terreno de juego vital y existencial (ni en la histórico, ni en lo biográfico, tampoco en nuestro juego). Y lo que refiere como nada adecuada, la actitud de impaciencia mía para la gestación de convicciones; tiene en eso, me parece también a mí, completa razón. Pero aquí mi amigo contrincante le resonaron, de mis palabras, una más que otra. Tanto que poco escuchó a la “cautela” con la que ahora debemos proceder en las partidas que nos queden por jugar.





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